1. La finalidad.
La finalidad última de la catequesis es la comunión con Jesucristo. No se trata solo de poner al hombre en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo.
Toda acción evangelizadora busca favorecer la comunión con Jesucristo. A partir de la conversión inicial al Señor, suscitada por el Espíritu Santo mediante el primer anuncio, la catequesis se propone fundamentar y hacer madurar esta primera adhesión.
Se trata de ayudar al recién convertido a conocer mejor a ese Jesús en cuyas manos se ha puesto: conocer su misterio, el reino de Dios que anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico, los senderos que Él ha trazado a quien quiera seguirle. El bautismo sacramento por el que nos configuramos con Cristo sostiene con su gracia este trabajo de la catequesis.
La catequesis es esa forma particular del ministerio de la palabra que hace madurar la conversión inicial hasta hacer de ella una viva, clara y operativa confesión de fe.
La mayor parte de los catequistas se preocupan mucho de que curso van a dar. La temática es el foco de su atención. Incluso, el catequista emergente pregunta siempre primero: ¿De qué tema se trata?". Para añadir: "Menos mal... Ese ya lo tengo preparado". Y suelta su rollo como lo tiene en el papelito. Pero no suele haber la misma preocupación por la finalidad. Y es una pena, porque la finalidad es quien decide el tema que se debe tratar. Y eso sin decir nada por ahora de la adaptación al destinatario
La finalidad es la meta que se desea conseguir. Al emprender un viaje, la meta marcada nos fija el camino a elegir, los medios más oportunos para llegar a ella, la duración y el costo alto o bajo que deseamos pagar por el trayecto. Lo mismo es en catequesis: la meta que necesitamos alcanzar nos determina el programa que debemos impartir, los temas a tratar y los instrumentos oportunos para trabajar.
Es evidente que no podemos tratar los mismos temas para convertir a un pecador que para motivar a un cristiano comprometido. También es evidente que no organizaremos igual un programa de catequesis con un año de duración para preparar a quienes deben hacer la primera comunión que para unos niños que ya la hicieron. La finalidad es diferente. Y, de esa finalidad diferente, se concluyen diferentes temáticas, diferentes programas y diferentes textos.
Conviene igualmente, distinguir la finalidad de todo un curso y la finalidad de una clase. Por ejemplo, la finalidad de un curso para preparar parejas de novios al matrimonio puede ser fortalecer su espiritualidad conyugal. Y una de las sesiones del curso puede tener por finalidad que comprendan la doctrina de la indisolubilidad matrimonial. Es decir, la finalidad general es espiritual y la finalidad de esa clase es doctrinal.
De todos modos, conviene tener siempre muy clara la finalidad de lo que vamos a hacer. Quien conoce la meta, puede elegir muy bien el camino. Quien no sabe a dónde va ¿cómo podrá elegir bien lo que necesita para el camino?
Recordando la definición de catequesis, es bueno tener en cuenta las dos dimensiones de la fe que deben educarse: la objetiva, o recepción del mensaje cristiano; y la subjetiva, o aceptación de dicho mensaje. Y también nos ayuda recordar que recibimos el mensaje con la inteligencia y lo aceptamos con la voluntad. Esto quiere decir que hay siempre dos finalidades y objetivos en la catequesis: lograr que se reciba el mensaje del Evangelio en la inteligencia del alumno y lograr que lo acepte con la voluntad. Así educaremos la fe completa en sus dos dimensiones.
De hecho, podemos decir que siempre hay dos objetivos en cada sesión o programa de catequesis: uno vital que se orienta a cambiar la vida del destinatario de acuerdo con el Evangelio; y otro doctrinal, que busca favorecer la comprensión y asimilación del contenido del mensaje cristiano. Nunca puede faltar ninguno de los dos, aunque uno de ellos sea prioritario según las ocasiones.
Terminemos nuestra reflexión sobre la importancia de la finalidad en la catequesis, destacando un punto ordinariamente desatendido. Nos referimos a la necesidad de fijar las prioridades. Cada catequista tiene muchas tareas ante sí. Y debe lograr diferentes metas. Pero no podrá conseguirlas todas de inmediato. Por ejemplo: un catequista debe preparar niños a la primera comunión. Y debe introducirles a la vida cristiana, enseñarles a rezar, educar sus comportamientos y principios morales según el Evangelio, enseñarles la doctrina católica, cultivar su apertura a Dios, formarles en el respeto y solidaridad con todos los hombres, habituarles a la recepción frecuente de los sacramentos. Pero obviamente no va a lograr todas estas metas en un mes. Si la preparación de los niños dura dos años, tendrá que elegir unas metas para el primer curso y otras para el segundo. Más aún, si esos niños luego van a tener una catequesis de perseverancia, podrán lograr algunas de estas metas en la etapa posterior.
En resumen: hay que elegir siempre una meta. No se puede lograr todo en un curso ni en un trimestre, ni muchos menos, en una sola sesión. Por lo tanto, el catequista debe habituarse a fijar las prioridades de su trabajo. Es decir, debe conocer muy bien cuál meta es prioritaria y cuál secundaria. Podrá seleccionar las prioridades según la meta que debe lograr al final de su curso (preparar a la recepción de un sacramento, educar la fe en una etapa de la vida o cultivar la vida cristiana en un salón de clase). Pero también las podrá definir según las necesidades del grupo que debe tratar o de las indicaciones que reciba de su párroco. Pero un punto es fijo: siempre hay una meta que es prioritaria sobre otra. Y, si una meta es prioritaria, no podemos perder el tiempo dedicándonos a obtener las metas secundarias con descuido de la principal.
PARA REFLEXIONAR:
"La finalidad específica de la catequesis no consiste únicamente en desarrollar, con la ayuda de Dios, una fe aún inicial, en promover en plenitud y alimentar diariamente la vida cristiana de los fieles de todas las edades. Se trata en efecto de hacer crecer, a nivel de conocimiento y de vida, el germen de la fe sembrado por el Espíritu Santo con el primer anuncio y transmitido eficazmente a través del bautismo.
La catequesis tiende pues a desarrollar la inteligencia del misterio de Cristo a la luz de la Palabra, para que el hombre entero sea impregnado por ella. Transformado por la acción de la gracia en nueva criatura, el cristiano se pone así a seguir a Cristo y, en la Iglesia, aprende siempre a pensar mejor como Él, a juzgar como Él, a actuar de acuerdo con sus mandamientos, a esperar como Él nos invita a ello" (CT 20).
2. El contenido.
El contenido de la catequesis es la doctrina o mensaje que transmitimos. Este mensaje es el mensaje de Jesucristo. De hecho, la catequesis es la acción de la Iglesia que transmite este mensaje para que los hombres crean en Él. Todo puede parecernos muy claro. Pero hay muchas anomalías en el uso de este mensaje, a veces sin malicia, que nos descubren como no es tan claro y sencillo. Por eso, fijémonos en estas preguntas:
¿Dónde está el contenido de la fe que debe transmitir la catequesis? ¿Toda la doctrina de la fe cristiana tiene la misma importancia en la catequesis? ¿Debemos transmitir todo el contenido cada vez que damos catequesis? Y, si no podemos dar todo el mensaje del Evangelio ¿cómo podemos seleccionarlo correctamente? ¿Hay algo opcional?
La respuesta a estas preguntas nos dará las pistas básicas para no errar a la hora de establecer cuál es el contenido correcto de la catequesis:
¿Dónde está el contenido de la fe que debe transmitir la catequesis? El contenido de la fe que debe transmitir el catequista está en la Revelación. Recordemos que la Revelación es lo que Dios nos dice de sí mismo y del hombre. La Revelación la podemos encontrar en sus dos fuentes:
La finalidad última de la catequesis es la comunión con Jesucristo. No se trata solo de poner al hombre en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo.
Toda acción evangelizadora busca favorecer la comunión con Jesucristo. A partir de la conversión inicial al Señor, suscitada por el Espíritu Santo mediante el primer anuncio, la catequesis se propone fundamentar y hacer madurar esta primera adhesión.
Se trata de ayudar al recién convertido a conocer mejor a ese Jesús en cuyas manos se ha puesto: conocer su misterio, el reino de Dios que anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico, los senderos que Él ha trazado a quien quiera seguirle. El bautismo sacramento por el que nos configuramos con Cristo sostiene con su gracia este trabajo de la catequesis.
La catequesis es esa forma particular del ministerio de la palabra que hace madurar la conversión inicial hasta hacer de ella una viva, clara y operativa confesión de fe.
La mayor parte de los catequistas se preocupan mucho de que curso van a dar. La temática es el foco de su atención. Incluso, el catequista emergente pregunta siempre primero: ¿De qué tema se trata?". Para añadir: "Menos mal... Ese ya lo tengo preparado". Y suelta su rollo como lo tiene en el papelito. Pero no suele haber la misma preocupación por la finalidad. Y es una pena, porque la finalidad es quien decide el tema que se debe tratar. Y eso sin decir nada por ahora de la adaptación al destinatario
La finalidad es la meta que se desea conseguir. Al emprender un viaje, la meta marcada nos fija el camino a elegir, los medios más oportunos para llegar a ella, la duración y el costo alto o bajo que deseamos pagar por el trayecto. Lo mismo es en catequesis: la meta que necesitamos alcanzar nos determina el programa que debemos impartir, los temas a tratar y los instrumentos oportunos para trabajar.
Es evidente que no podemos tratar los mismos temas para convertir a un pecador que para motivar a un cristiano comprometido. También es evidente que no organizaremos igual un programa de catequesis con un año de duración para preparar a quienes deben hacer la primera comunión que para unos niños que ya la hicieron. La finalidad es diferente. Y, de esa finalidad diferente, se concluyen diferentes temáticas, diferentes programas y diferentes textos.
Conviene igualmente, distinguir la finalidad de todo un curso y la finalidad de una clase. Por ejemplo, la finalidad de un curso para preparar parejas de novios al matrimonio puede ser fortalecer su espiritualidad conyugal. Y una de las sesiones del curso puede tener por finalidad que comprendan la doctrina de la indisolubilidad matrimonial. Es decir, la finalidad general es espiritual y la finalidad de esa clase es doctrinal.
De todos modos, conviene tener siempre muy clara la finalidad de lo que vamos a hacer. Quien conoce la meta, puede elegir muy bien el camino. Quien no sabe a dónde va ¿cómo podrá elegir bien lo que necesita para el camino?
Recordando la definición de catequesis, es bueno tener en cuenta las dos dimensiones de la fe que deben educarse: la objetiva, o recepción del mensaje cristiano; y la subjetiva, o aceptación de dicho mensaje. Y también nos ayuda recordar que recibimos el mensaje con la inteligencia y lo aceptamos con la voluntad. Esto quiere decir que hay siempre dos finalidades y objetivos en la catequesis: lograr que se reciba el mensaje del Evangelio en la inteligencia del alumno y lograr que lo acepte con la voluntad. Así educaremos la fe completa en sus dos dimensiones.
De hecho, podemos decir que siempre hay dos objetivos en cada sesión o programa de catequesis: uno vital que se orienta a cambiar la vida del destinatario de acuerdo con el Evangelio; y otro doctrinal, que busca favorecer la comprensión y asimilación del contenido del mensaje cristiano. Nunca puede faltar ninguno de los dos, aunque uno de ellos sea prioritario según las ocasiones.
Terminemos nuestra reflexión sobre la importancia de la finalidad en la catequesis, destacando un punto ordinariamente desatendido. Nos referimos a la necesidad de fijar las prioridades. Cada catequista tiene muchas tareas ante sí. Y debe lograr diferentes metas. Pero no podrá conseguirlas todas de inmediato. Por ejemplo: un catequista debe preparar niños a la primera comunión. Y debe introducirles a la vida cristiana, enseñarles a rezar, educar sus comportamientos y principios morales según el Evangelio, enseñarles la doctrina católica, cultivar su apertura a Dios, formarles en el respeto y solidaridad con todos los hombres, habituarles a la recepción frecuente de los sacramentos. Pero obviamente no va a lograr todas estas metas en un mes. Si la preparación de los niños dura dos años, tendrá que elegir unas metas para el primer curso y otras para el segundo. Más aún, si esos niños luego van a tener una catequesis de perseverancia, podrán lograr algunas de estas metas en la etapa posterior.
En resumen: hay que elegir siempre una meta. No se puede lograr todo en un curso ni en un trimestre, ni muchos menos, en una sola sesión. Por lo tanto, el catequista debe habituarse a fijar las prioridades de su trabajo. Es decir, debe conocer muy bien cuál meta es prioritaria y cuál secundaria. Podrá seleccionar las prioridades según la meta que debe lograr al final de su curso (preparar a la recepción de un sacramento, educar la fe en una etapa de la vida o cultivar la vida cristiana en un salón de clase). Pero también las podrá definir según las necesidades del grupo que debe tratar o de las indicaciones que reciba de su párroco. Pero un punto es fijo: siempre hay una meta que es prioritaria sobre otra. Y, si una meta es prioritaria, no podemos perder el tiempo dedicándonos a obtener las metas secundarias con descuido de la principal.
PARA REFLEXIONAR:
"La finalidad específica de la catequesis no consiste únicamente en desarrollar, con la ayuda de Dios, una fe aún inicial, en promover en plenitud y alimentar diariamente la vida cristiana de los fieles de todas las edades. Se trata en efecto de hacer crecer, a nivel de conocimiento y de vida, el germen de la fe sembrado por el Espíritu Santo con el primer anuncio y transmitido eficazmente a través del bautismo.
La catequesis tiende pues a desarrollar la inteligencia del misterio de Cristo a la luz de la Palabra, para que el hombre entero sea impregnado por ella. Transformado por la acción de la gracia en nueva criatura, el cristiano se pone así a seguir a Cristo y, en la Iglesia, aprende siempre a pensar mejor como Él, a juzgar como Él, a actuar de acuerdo con sus mandamientos, a esperar como Él nos invita a ello" (CT 20).
2. El contenido.
El contenido de la catequesis es la doctrina o mensaje que transmitimos. Este mensaje es el mensaje de Jesucristo. De hecho, la catequesis es la acción de la Iglesia que transmite este mensaje para que los hombres crean en Él. Todo puede parecernos muy claro. Pero hay muchas anomalías en el uso de este mensaje, a veces sin malicia, que nos descubren como no es tan claro y sencillo. Por eso, fijémonos en estas preguntas:
¿Dónde está el contenido de la fe que debe transmitir la catequesis? ¿Toda la doctrina de la fe cristiana tiene la misma importancia en la catequesis? ¿Debemos transmitir todo el contenido cada vez que damos catequesis? Y, si no podemos dar todo el mensaje del Evangelio ¿cómo podemos seleccionarlo correctamente? ¿Hay algo opcional?
La respuesta a estas preguntas nos dará las pistas básicas para no errar a la hora de establecer cuál es el contenido correcto de la catequesis:
¿Dónde está el contenido de la fe que debe transmitir la catequesis? El contenido de la fe que debe transmitir el catequista está en la Revelación. Recordemos que la Revelación es lo que Dios nos dice de sí mismo y del hombre. La Revelación la podemos encontrar en sus dos fuentes:
- La Tradición es el mensaje de Jesucristo que los primeros cristianos transmitieron con su ejemplo y sus palabras.
- La Escritura de la Biblia que nos narra las palabras y los hechos de Dios necesarios para la salvación.
Al presentar las dos fuentes de la Revelación, queda claro que el contenido de la catequesis es el que está presente en estas fuentes. O, dicho en forma negativa, si alguna enseñanza de un catequista no corresponde a alguna de estas fuentes, es un contenido incorrecto que corre el riesgo de apartarse de la fe.
¿Toda la doctrina de la fe cristiana tiene la misma importancia en la catequesis? Evidentemente que no. Hay verdades, como la salvación que Cristo trajo a todos los hombres, que tienen más importancia que otras, como puede ser el nombre de los papás de la Virgen Maria. Por eso, se pueden omitir los elementos secundarios o menos importantes cuando no hay tiempo de transmitirlos. Pero no podemos dejar de enseñar los elementos esenciales todas las veces que damos catequesis.
Más aún, el buen catequista debe enseñar a sus alumnos a distinguir cuáles verdades de la fe son importantes y cuáles tienen menos importancia.
¿Debemos transmitir todo el contenido cada vez que damos catequesis? Todos hemos experimentado que el tiempo de una clase se acaba y no hemos podido explicar toda la materia que habíamos preparado. Incluso, se acaba el año escolar y queda doctrina retrasada y no del todo explicada. Aunque es ideal cumplir siempre con toda la doctrina de la fe programada, es oportuno recordar que la integridad del contenido es una meta y no un punto de partida. Es decir, exponer toda la doctrina de la fe católica es la meta que debemos alcanzar una vez que hayamos terminado la catequesis. Al inicio, no tenemos más remedio que tomar una parte para comenzar.
Pero se nos plantea la cuestión obvia de que, si no podemos dar todo el mensaje del Evangelio ¿cómo podemos seleccionarlo correctamente? A este respecto debemos dar unos criterios o principios que permitan realizar esta selección, pero estos principios los expondremos en un apartado más adelante.
La división del contenido de la fe católica puede dividirse de muchos modos. Nosotros vamos a presentarla cómo lo hace el Catecismo de la Iglesia Católica. Es también conforme a la tradición histórica creada desde la llegada de los primeros evangelizadores a nuestro continente en el siglo XV:
a. Las creencias: son verdades fundamentales. No tienen aplicaciones inmediatas. Se creen. Pero son el punto de referencia principal para toda la visión de la doctrina y de la vida cristiana. Su mejor resumen está en el Credo.
b. La moral: es el conjunto de principios fijos que indican al ser humano cómo debe vivir para mejor realizarse como humano y como cristiano. La moral se expresa en un conjunto de deberes. Hay principios generales y normas concretas. Su mejor resumen está en los Diez Mandamientos.
c. Los ritos propios de la vida cristiana: son los gestos y símbolos en los que se expresa nuestra vivencia de la fe. Su centro los constituyen los Sacramentos y la liturgia.
d. La vida espiritual del cristiano: es el conjunto de actitudes y medios que conducen al cristiano hacia su meta final: imitar a Jesucristo. La vida espiritual se fija en el trato personal y propio como cada uno se relaciona con el Ser Supremo.
PARA REFLEXIONAR:
"Un momento con frecuencia destacado es aquel en que el niño pequeño recibe de sus padres y del ambiente familiar los primeros rudimentos de la catequesis, que acaso no serán sino una sencilla revelación del Padre celestial, bueno y providente, al cual aprende a dirigir su corazón. Las brevísimas oraciones que el niño aprenderá a balbucir serán el principio de un diálogo cariñoso con ese Dios oculto, cuya Palabra comenzará a escuchar después. Ante los padres cristianos nunca insistiríamos demasiado en esta iniciación precoz, mediante la cual son integradas las facultades del niño en una relación vital con Dios: obra capital que exige gran amor y profundo respeto al niño, el cual tiene derecho a una presentación sencilla y verdadera de la fe cristiana" (CT 36).
3. El destinatario.
Los catequistas tienen dos posibilidades: conocer bien a sus alumnos o conocerlos sólo superficialmente.
Indudablemente que la respuesta ideal será conocer bien las características de los destinatarios a quienes se dirige la catequesis.
Hay muchos tipos de destinatarios: según edades (niños, adolescentes, ancianos, jóvenes, etc.), según ambientes (urbanos, rurales, industriales, etc.), según comunidades (parroquial, escolar, movimiento laical, etc.). Esta variedad de destinatarios es la que provoca la verdadera problemática práctica de la catequesis. Es decir, si la catequesis siempre se dirigiera a personas con las mismas características, no habría más tarea que repetir siempre las mismas cosas, en el mismo orden y de la misma manera. Pero las personas cambian y cambian sus circunstancias. Y lo que ayuda para realizar una buena catequesis con un grupo de niños en una parroquia no sirve para una clase con jovencitas de una preparatoria. No todo se puede decir de la misma manera a todos.
Respecto del destinatario, debemos tener en cuenta también que las personas cambian de características con el tiempo y según las épocas. Es decir, no es lo mismo un niño de 12 años actual que de hace 30 años. Y, consecuentemente, los materiales y los métodos que servían para la catequesis hace tiempo, hoy son menos adecuados. ¿Qué diríamos, por ejemplo, de un catequista que usa hoy el catecismo de Ripalda, cuya primera edición fue en 1572? No es que este catecismo sea malo. Pero responder a las inquietudes y necesidades cristianas del niño y adulto de hoy? Habrá quien responda que la fe es la misma. De acuerdo, la fe es la misma. Pero, en catequesis, debemos precisar: el contenido es el mismo, pero el destinatario no es el mismo. Y, como vamos viendo, la catequesis no es sólo cuestión de contenido. Hay que tener en cuenta también al destinatario.
La catequesis, pues, debe adaptarse según el destinatario a quien se dirige. Esta adaptación requiere varias características, que estudiaremos más adelante. Esta adaptación es fundamental. El catequista que no logra adaptarse al grupo de personas que debe catequizar o que no sepa acomodarse al ritmo especial de alguna persona que se está educando en la fe, nunca logrará realizar una buena catequesis.
Pero, desde ahora, destaquemos la necesidad de lograr la adaptación al destinatario sin traicionar el contenido de la fe. Adaptarse no es igual a renunciar. Muchas veces, el catequista debe testimoniar verdades o exigencias del Evangelio que no serán bien aceptadas por el destinatario. El catequista, entonces, debe ser fiel a Dios, que le ha enviado a transmitir la fe de Jesucristo. Pero seguir trabajando por adaptarse al destinatario, y lograr presentarle con más atractivo el maravilloso tesoro de la fe.
PARA REFLEXIONAR:
"Con todo, es importante que la catequesis de los niños y de los jóvenes, la catequesis permanente y la catequesis de adultos no sean compartimientos estancos e incomunicados. Más importante aún es que no haya ruptura entre ellas. Al contrario, es menester propiciar su perfecta complementariedad; los adultos tienen mucho que dar a los jóvenes y a los niños en materia de catequesis, pero también pueden recibir mucho de ellos para el crecimiento de su vida cristiana" (CT 45).
4. El método.
Los nuevos tiempos exigen que el mensaje cristiano llegue al hombre de hoy mediante nuevos métodos de apostolado y que sea expresado en lenguaje y formas accesibles al hombre, necesitado de Cristo y sediento del Evangelio (SD 10).
Podemos definir el método como el conjunto de principios que orientan la selección de objetivos, medios y contenidos. Es decir, cada uno tenemos un método para realizar exitosamente algo. Y es el resultado de una serie de orientaciones o principios personales que nos indican cómo iniciar una sesión de catequesis; nos ayudan a elegir una determinada publicación; nos simplifican la selección de unas técnicas en vez de otras; nos facilitan determinar cuales temas vamos a impartir y cuáles vamos a dejar de lado por el momento, etc.
Dicho de otro modo, el método es el conjunto de mecanismos que ayudan a obtener un fin. Lo presentamos como un conjunto porque es la suma de varios elementos. Es decir, un buen método no depende sólo de un principio. Usamos la palabra mecanismos porque los principios que contiene cada método actúan como palancas para levantar un peso. Y decimos que ayuda a obtener un fin porque el método es, al fin y al cabo, un instrumento para lograr una meta.
Conviene aclarar que no es lo mismo método que técnica. Cuando hablamos de método, estamos hablando de varios mecanismos que funcionan en buena armonía. Cuando hablamos de técnica, estamos refiriéndonos a un sólo elemento, es decir, a un mecanismo que nos ayuda a dar un paso en nuestra sesión de catequesis. Por eso, conviene destacar estos puntos:
* El método no es lo prioritario; es solo un instrumento. Lo importante es la meta. Un método que no lleva a la meta o nos lleva a una meta distinta de la deseada, no es un buen método.
* Puede haber muchos métodos buenos y útiles. Es posible que algún método sea más llamativo que otro, más atractivo o más espectacular. Pero no se puede decir que sea el único método. Hay muchos caminos para llegar a Roma.
* Un buen método tiene que responder a las exigencias del objetivo de la catequesis, del contenido a transmitir y del destinatario a quien se dirige. Si sólo se fija en uno de estos elementos, será un método inadecuado.
* Hay métodos útiles para motivar y los hay más útiles para enseñar; hay métodos útiles para niños que nos sirven para jóvenes o adultos; hay métodos oportunos para tratar un tema que no sirven para tratar otro tema.
* Un buen método en catequesis no sólo transmite bien la doctrina, sino que además fomenta la aceptación de la fe en el corazón de quien recibe el mensaje de Cristo.
* El catequista es el factor principal para el éxito de un método. Es decir, los métodos y técnicas no funcionan por sí solos. La catequesis es, ante todo, un testimonio. Y los aparatos o los mecanismos no pueden dar testimonio; sólo las personas son testigos.
* Un buen método en catequesis debe envolver a toda la persona. Es decir, debe lograr que cada destinatario se introduzca en la sesión con mucho interés y dispuesto a esforzarse lo que sea necesario para aprovechar el tiempo de la clase.
* Del punto anterior se deduce que los métodos mejores activan todas las facultades del ser humano: la imaginación, la voluntad, los sentimientos, la inteligencia, la memoria, etc.
Hay muchos métodos. Y hay varios criterios que permiten descubrir cuál método es aconsejable para cada situación y cuál no lo es. Este análisis lo haremos más adelante. Por ahora, destaquemos que hay métodos buenos y métodos desaconsejables; que hay métodos oportunos para una situación o para un grupo de destinatarios que no sirven igualmente para otros. Por eso, cada catequista debe descubrir no sólo el método que va de acuerdo con su forma de ser, sino también cuál método debe elegir según los cambios de destinatarios, de los temas o de los objetivos a lograr.
Por ahora nos dedicaremos a estudiar métodos usados en la historia de la catequesis que ha aportado algunos que fueron muy útiles en su momento, y de los que podemos aprender para nuestro trabajo actual. Más adelante profundizaremos en los métodos usados en la actualidad. He aquí algunos, con un pequeño análisis:
* Catecismos del siglo XVI: Era un método basado sobre todo en la palabra, en las ideas y en la memoria. Su contenido se estructuraba generalmente conforme a la Historia de la salvación. Manejaban el esquema de preguntas y respuestas. Y su lenguaje era muy simple y coloquial. Se preocupaba de la entonación y la poesía, para facilitar la memorización.
* Saint-Sulpice: Estaba estructurado sobre la utilización de diversos recursos pedagógicos para manejar grandes masas de niños principalmente. Reunía a niños en el templo para tenerlos en un ambiente sagrado y recogido; partía de algunas preguntas del catecismo; seguía con una narración bíblica; canto; explicación de un tema; homilía sobre el Evangelio del día; exhortación sobre un vicio, una fiesta o una práctica de virtud. El contenido era fundamentalmente ideológico. Su método, pues, era ocupar al niño con variados elementos que todos desembocaran en una mayor educación de su fe.
* Munich: Sigue el esquema de preparación-presentación-explicación-recapitulación-aplicación. Se centra sobre la actividad de los sentidos, la inteligencia y la voluntad. Para iniciar o reforzar el trabajo, arranca o concluye ordinariamente proponiendo alguna experiencia de la vida diaria o cristiana.
*Kerigmático: Se caracteriza por la presentación del mensaje cristiano como una llamada a la conversión y adhesión a Cristo. Su contenido se fijaba más en los hechos de la Historia de la salvación expuestos en la Sagrada Escritura. El lenguaje y la exposición estaban más vinculados a la vida de los oyentes y con un tono de testimonio directo.
* Montessori: Parte de la experiencia que el niño tiene en el contacto y expresión de las primeras realidades religiosas que vive. Da mucha libertad al destinatario para que exprese sus reacciones y vivencias ante el gran mundo religioso que experimenta. No es muy sistemático respecto al contenido. Es muy valioso para niños pequeños, pues refuerza la convicción personal ante la fe. Tiene menos aplicación para niños a partir de los 8 años.
Otros métodos podemos analizarlos desde su perspectiva teórica:
- Activo: Se fundamenta sobre la participación activa del destinatario. El método activo es un proceso de descubrimiento en donde el destinatario busca la solución con la ayuda del catequista. Da más protagonismo al catecúmeno que al catequista. Este dedica más atención al trabajo del destinatario que a exponer y explicar. El contenido se estructura del modo más conveniente para cada situación. Su característica principal es crear una constante búsqueda de la verdad.
- Expositivo: Este método se orienta hacia una explicación clara que transmite las verdades de la fe. El protagonista es el catequista. El destinatario tiene la tarea de recibir el mensaje que se le ofrece. Suele usar mucho la palabra y las ideas. Las motivaciones se transmiten mediante sensibilizaciones y persuasión.
- Inductivo: Es partir de las cosas concretas e inmediatas para llegar a las más generales y elevadas. Normalmente, arranca de experiencias y conocimientos ya adquiridos para, desde ellos, descubrir los principios y leyes que están detrás de las cosas ordinarias y cercanas. Es muy motivador y facilita la comprensión de la verdad porque sigue el proceso ordinario del pensamiento humano. Pero no siempre es muy sólido en su lógica.
- Deductivo: Inicia de las verdades y principios más generales para aterrizar en las aplicaciones inmediatas. Es más lógico que el inductivo. Pero es más abstracto. Tiene más firmeza de ideas que el inductivo, pero es menos motivante y fácil para el destinatario. Por eso, produce menos resultados en algunas ocasiones.
- Audiovisual: Se basa en el uso de imágenes combinadas con el sonido, sea de palabras o de música y otros efectos sonoros. Tiene mucha fuerza motivadora y ayuda grandemente a la memorización. Es muy inductivo. Por eso, no es muy lógico y sistemático.
- Verbal: Es el método que actúa con la sola palabra hablada. No hace uso de la imagen ni de los textos. Tiene la ventaja de ser vivo y testimonial. Pero prescinde de alguna capacidad de la persona (leer, ver, gesticular, etc.) que mucho pueden colaborar al acercamiento hacia la fe.
- Experiencial: Este método pone su énfasis en las experiencias del destinatario. Y tiende a provocar situaciones que dejen una huella vital. Tiene la ventaja de unir fe y vida real. También tiene la cualidad de motivar con fuerza la aceptación de la fe por la voluntad. Si se abusa de la experiencia y no se completa con sólidas referencias a la doctrina cristiana, puede ser un método muy limitado, pues sólo educaría la dimensión subjetiva de la fe.
PARA REFLEXIONAR:
"La edad y el desarrollo intelectual de los cristianos, su grado de madurez eclesial y espiritual y muchas otras circunstancias personales postulan que la catequesis adopte métodos muy diversos para alcanzar su finalidad específica: la educación de la fe. Esta variedad es requerida también, en un plano más general, por el medio socio-cultural en que la Iglesia lleva a cabo su obra catequética" (CT 51).
5. El lenguaje.
Unos sencillos parroquianos de una colonia de la capital fueron visitados por un catedrático de la Universidad Pontificia, que necesitaba fondos para sus seminaristas. Habló de que tuvieran "espíritu eclesial con los cristianos de otras comunidades católicas, del don supremo de la caridad cristiana que se expresaba en ágape fraterno y de la virtud de la magnanimidad, que nos predispone a opciones definitivas e invariables. Insistió en que también ellos participaban del sacerdocio no ministerial y que vivirían mejor la dimensión profética y escatológica de su bautismo si ayudaban a los seminaristas". Al pasar la canasta, se sintió desilusionado de las limosnas que recibió, solo algo de morrallita.
Después, habló un misionero. Quería pedirles unos donativos para la aldea perdida en África en la que trabajaba. Les expuso que había hombres como ellos, con la piel más prieta y los dientes más blancos. Que lloraban cuando la sequía no les permitía dar más maíz a sus niños. Que rezaban a Dios por los católicos que tenían un templo con techo de tejas y que, de seguro, necesitaban oraciones para ser mejores cristianos. Y que, en su aldea africana con tejados de paja, esperaban limosnas de estos católicos de piel más clara y reunidos en templos con imágenes de la Guadalupana, para sus niños tristes y para sus almas deseosas de conocer mejor a Dios por el catecismo. Le llovieron las limosnas.
¿Cuál es la diferencia entre estos dos predicadores que pedían limosna para dos cosas buenas? No había diferencia en la buena intención, ni en la rectitud de su doctrina, ni en el lugar en que hablaban, ni en los destinatarios a quienes se dirigían. Hubo una gran diferencia: el diverso lenguaje que usaron.
Conviene por tanto tener también en cuenta las funciones diferentes del lenguaje, que son:
- Informativa: Transmite datos.
- Emotiva: Sensibiliza e impresiona los sentimientos.
- Motivadora: Mueve la voluntad a esforzarse por lograr metas.
- Relacionadora: Tiende lazos de uni¢n e intercambio.
- Poética: Expresa el mensaje en formas armoniosas.
- Definitoria: Expone el significado de los conceptos.
Para ver la importancia del lenguaje, podríamos describir además, la catequesis como una comunicación Y el esquema básico de la comunicación humana nos ayudará mucho a comprender qué‚ ayuda y qué obstaculiza una buena transmisión de la fe. Observemos seis los elementos esenciales de toda comunicación:
1. El emisor: es quien envía un mensaje, como el locutor de una emisora de radio. Es el origen de la comunicación.
2. El mensaje: es el conjunto de ideas o emociones que deseamos transmitir.
3. El canal: es el medio que usa el emisario para enviar su mensaje: el aire, el hilo del teléfono, la señal de televisión, etc.
4. La codificación: es el código o conjunto de palabras, gestos, imágenes y otros recursos que utiliza el emisor para transmitir el mensaje. Es esencial codificar bien para que todos entiendan lo mismo.
5. Decodificación: Proceso inverso a la codificación. Es el modo como interpreta o percibe el mensaje quien lo recibe. Las señales de radio emitidas por la emisora, son transformadas en sonidos por el aparato receptor.
6. El receptor: es la persona que recibe el mensaje. Es el último anillo que cierra el círculo de la comunicación.
Hay que manejar bien los cinco elementos para que llegue el mensaje sin distorsión.
Si analizamos estos elementos, observamos que pueden facilitar o entorpecer la trasmisión del mensaje de la Iglesia. Por ejemplo, un emisor que habla muy gangoso, no ser bien entendido; un catequista que utiliza mal los micrófonos, estar empleando un canal malo, porque nadie le escuchar bien; un catequista que viene de Alaska y saluda a las señoras frotándole su nariz con las de ellas, como es la costumbre en su país, será muy mal visto. Y así podríamos alargar los ejemplos en los que el lenguaje puede intervenir para comunicar mejor el mensaje o para ser malinterpretado.
En conclusión, conviene resaltar que el lenguaje es uno de los elementos en que el catequista debe adaptarse al destinatario. Si no lo hace, no le entenderán. Por eso, debe aprovechar todos los lenguajes que le ayuden a transmitir su mensaje. Debe tener claro que el lenguaje es un medio de comunicación. No tiene más importancia que ser instrumento. Pero debe vigilar que sea el más oportuno para hacerse entender y para lograr que el mensaje del Evangelio sea comprendido.
PARA REFLEXIONAR:
"Todo eso influye notablemente en el campo de la catequesis. En efecto, ésta tiene el deber imperioso de encontrar el lenguaje adaptado a los niños y a los jóvenes de nuestro tiempo en general, y a otras muchas categorías de personas: lenguaje de los estudiantes, de los intelectuales, de los hombres de ciencia; lenguaje de los analfabetos o de las personas de cultura primitiva; lenguaje de los minusválidos, etc. San Agustín se encontró ya con ese problema y contribuyó a resolverlo para su época con su famosa obra De catechizandis rudibus.
Tanto en catequesis como en teología, el tema del lenguaje es sin duda alguna primordial. Pero no está de más recordarlo aquí: la catequesis no puede aceptar ningún lenguaje que, bajo el pretexto que sea, aun supuestamente científico, tenga como resultado desvirtuar el contenido del Credo. Tampoco es admisible un lenguaje que engañe o seduzca. Al contrario, la ley suprema es que los grandes progresos realizados en el campo de la ciencia del lenguaje han de poder ser utilizados por la catequesis para que esta pueda "decir" o "comunicar" más fácilmente al niño, al adolescente, a los jóvenes y a los adultos de hoy todo su contenido doctrinal sin deformación" (CT 59).
6. La Inculturación.
La Palabra de Dios se hizo hombre, hombre concreto, situado en un tiempo y en un espacio, enraizado en una cultura determinada: Cristo, por su encarnación, se unió a las concretas condiciones sociales y culturales de los hombres con quienes convivió. Esta es la originaria inculturación de la Palabra de Dios y el modelo referencial para toda la evangelización de la Iglesia, llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura y de las culturas.
La inculturación de la fe, por la que se asumen en admirable intercambio todas las riquezas del hombre, es un proceso profundo y global y un camino lento. No es una mera adaptación externa que, para hacer más atrayente el mensaje cristiano, se limite a cubrirlo de manera decorativa con un barniz superficial. Se trata, por el contrario, de la penetración del Evangelio en los niveles más profundos de las personas y de los pueblos, afectándoles de una manera vital, en profundidad y hasta las mismas raíces de sus culturas.
La inculturación es un proceso delicado, pues tiene como finalidad hacer entendible el mensaje de Cristo a hombres conformados por un determinado modo de pensar y de vivir. Inculturar no es diluir el mensaje del evangelio en el caudal cultural de una determinada comunidad humana. Eso sería simple y llanamente la destrucción del evangelio y de su poder regenerador. Tampoco es una mera adaptación externa del cristianismo, para que adquiera en su presentación determinados rasgos, familiares para los miembros de ese grupo humano.
La inculturación es un proceso que afecta, en manera diferente pero real, a la cultura en cuestión y a la misma Iglesia. ¿En qué sentido lo afecta?. La Iglesia se acerca a cada contexto cultural, convencida de que tiene o puede tener auténticos valores humanos, pues los hombres y los pueblos, en su esfuerzo por penetrar el sentido de la vida y del mundo, no raras veces logran percibir, bajo el influjo de la gracia, el misterio de Dios, del hombre y del cosmos, y lo expresan en un modo peculiar de organizar sus relaciones con la divinidad, con sus semejantes y con el mundo material. Pues bien, la Iglesia considera estos valores como una preparación del evangelio o, en palabras de san Justino, como "semillas del Logos"; los asume y los relaciona con la persona y el mensaje de Cristo, verdadero Dios y Hombre perfecto, por quien todo ha sido creado y en quien todo encuentra su plena realización.
Esos valores auténticos, al ser relacionados con Cristo, experimentan una íntima transformación.
Son liberados de toda imperfección, propia del hombre caído, quedan enmarcados en la visión global que ofrece la divina revelación, y son llevados a su pleno florecimiento.
Por su parte la Iglesia también queda afectada, pues, al asumir esos valores transformados, comienza a expresar la única fe apostólica en una nueva forma, celebra su unión con Cristo en una manera peculiar, y vive el seguimiento de Cristo con un estilo diverso. Este echar raíces en una nueva cultura, lejos de romper la unidad de la Iglesia de Cristo, pone de manifiesto su catolicidad, y hace de ella un signo más inteligible y eficaz de la salvación de Cristo.
Así entendida, la inculturación es un verdadero diálogo o intercambio: la Iglesia penetra en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los distintos pueblos con sus culturas en el seno de su unidad católica; transmite a las culturas sus propios valores y asume de ellas cuanto de bueno les ha dado Dios para prepararlas a recibir la plenitud del evangelio.
Es un proceso lento y delicado, que para ser fructífero, debe permanecer abierto en múltiples direcciones: Al discernimiento de los obispos, porque solamente ellos tienen por voluntad de Cristo la autoridad y la responsabilidad del discernimiento a la luz del depósito de la fe.
Debe quedar abierto a la Iglesia universal y mantener una estrecha comunión con el Romano Pontífice y con los demás obispos, donde se conserva la unidad de la fe, se viven los sacramentos, y se conserva la comunión jerárquica; la verdadera Iglesia de Cristo.
Necesita, además, estar cimentado no en razones humanas y pasajeras de conveniencia táctica, sino en la voluntad de Dios salvador, que cuyo Hijo, al asumir en la unidad de su divina persona una naturaleza concreta, asumió también una cultura humana, se sirvió de ella para predicar el Reino y la conversión, y la purificó con el juicio de su cruz y resurrección.
Debe abarcar no sólo el lenguaje de la Iglesia sino también su misma vida. La inculturación del lenguaje (en sentido amplio, antropológico) consiste en expresar el contenido íntegro de la única fe apostólica -sin mutilarlo ni falsearlo- con palabras, categorías, símbolos y ritos de la cultura que se quiere evangelizar. Y la inculturación de la vida consiste en que las formas concretas de expresión y organización de la institución eclesial correspondan lo más posible a los valores positivos y auténticos que constituyen la identidad de dicha cultura. Es interesarse a responder siempre desde el Evangelio a los interrogantes, problemas y aspiraciones de los hombres que componen ese grupo cultural.
Para no quedarnos en el aire vamos a precisar cuales son las tareas concretas de la catequesis respecto a la inculturación de la fe, y que forman el siguiente conjunto orgánico:
1. Conocer en profundidad la cultura de las personas y el grado de penetración en su vida.
2. Reconocer la presencia de la dimensión cultural en el mismo Evangelio; afirmando por una parte que éste no es fruto de ningún humus cultural humano, pero admitiendo, por otra parte, que el Evangelio no puede aislarse de las culturas en las que se inscribió al principio y en las que después se ha expresado a lo largo de los siglos.
3. Anunciar el cambio profundo, la conversión, que el Evangelio, como fuerza transformadora y regeneradora, opera en las culturas.
4. Presentar el mensaje cristiano de modo que capacite para dar razón de la esperanza (1 P 3,15) a los que han de anunciar el Evangelio en medio de unas culturas a menudo ajenas a lo religioso, y a veces postcristianas. Una defensa acertada, que ayude al diálogo fe-cultura, se hace imprescindible.
5. Dar testimonio de que el Evangelio trasciende toda cultura y no se agota en ella y, a la vez, discernir las semillas del Evangelio que pueden estar presentes en cada una de las culturas.
6. Promover al interior de cada una de las culturas a evangelizar una nueva expresión del Evangelio, procurando un lenguaje de la fe que sea patrimonio común de los fieles, y por tanto factor fundamental de comunión.
7. Mantener íntegros los contenidos de la fe de la Iglesia; y procurar que la explicación y la clarificación de las fórmulas doctrinales de la tradición sean presentadas teniendo en cuenta las situaciones culturales e históricas de los destinatarios y evitando, en todo caso, mutilar o falsificar los contenidos.
En este trabajo de inculturación, también las comunidades deben hacer un discernimiento: se trata de asumir, por una parte, aquellas riquezas culturales que sean compatibles con la fe; pero por otra parte, de ayudar a sanar y transformar aquellos criterios, líneas de pensamiento o estilos de vida que están en contraste con el Reino de Dios. Este discernimiento se rige por dos principios básicos:
a. La compatibilidad con el Evangelio de las varias culturas a asumir y la comunión con la Iglesia universal.
b. Gradualidad, para que sea verdaderamente expresión de la experiencia cristiana de la comunidad.
En esta inculturación de la fe, a la catequesis, se le presentan en concreto diversas tareas. Entre ellas cabe destacar:
c. Considerar a la comunidad eclesial como principal factor de inculturación. Una expresión, y al mismo tiempo un instrumento eficaz de esta tarea, es el catequista que, junto a un sentido religioso profundo, debe poseer una viva sensibilidad social y estar bien enraizado a su ambiente cultural.
d. Elaborar Catecismos locales que respondan a las exigencias que dimanan de las diferentes culturas, presentando el Evangelio en relación a las aspiraciones, interrogantes y problemas que en esas culturas aparecen.
e. Realizar una oportuna inculturación en el Catecumenado y en las instituciones catequéticas, incorporando con discernimiento el lenguaje, los símbolos y los valores de la cultura en que están enraizados los catecúmenos y catequizandos.
La inculturación debe implicar a todo el pueblo de Dios, no sólo a algunos expertos. Esta inculturación debe ser dirigida y estimulada, pero no forzada, para no suscitar reacciones negativas en los cristianos: debe ser expresión de la vida comunitaria, es decir, debe madurar en el seno de la comunidad y no ser fruto exclusivo de investigaciones eruditas. Ese esfuerzo por la encarnación del Evangelio, tarea específica de la inculturación, exige la participación en la catequesis de todos aquellos que viven en el mismo contexto cultural: pastores catequistas y laicos. Todos son responsables del proceso de inculturación
Respecto al lenguaje, en el proceso de inculturación del Evangelio, la catequesis no ha de tener miedo a emplear fórmulas tradicionales y términos técnicos del lenguaje de la fe, si bien ha de ofrecer el significado que tienen y mostrar su relevancia existencial.
a. Debe tener el deber imperioso de encontrar el lenguaje adaptado a los niños y a los jóvenes de nuestro tiempo, y a otras muchas categorías de personas: lenguaje de los estudiantes, de los hombres de ciencia, de los analfabetos y de las personas de cultura elemental, lenguaje de los minusválidos, etc.
b. Aquellas situaciones de tensión y conflicto, ocasionadas por factores como el pluralismo étnico, religioso, las grandes diferencias de desarrollo, las condiciones de la vida urbana y extraurbana, los modelos de referencia dominantes en unos países profundamente influidos por la secularización masiva, y en otros, por una fuerte religiosidad.
c. Las tendencias culturales significativas del propio lugar, representadas por ciertos grupos sociales y profesionales, como los hombres de ciencia y cultura, el mundo obrero, los jóvenes, los marginados, los extranjeros, los discapacitados...
d. La formación de los cristianos tendrá en cuenta en grado máximo la cultura humana del lugar, que contribuye a la misma formación, y que ayudar a juzgar tanto el valor que se encierra en la cultura tradicional como aquel otro propuesto en la cultura moderna.
PARA REFLEXIONAR:
Es una necesidad que para que haya diálogo efectivo entre Iglesia y el mundo, el evangelio debe llegar a los hombres, debe alcanzarlos en su vida real, debe penetrar en su forma de pensar y vivir. En una palabra, la Iglesia necesita inculturarse.
7. Tareas fundamentales de la catequesis:
1. Propiciar el conocimiento de la fe:
El que se ha encontrado con Cristo desea conocerle lo más posible y conocer el designio del Padre que El reveló. El conocimiento de los contenidos de la fe viene pedido por la adhesión a la fe.
Ya en el orden humano, el amor a una persona lleva a conocerla cada vez más. La catequesis debe conducir, por tanto, a la comprensión paulatina de toda la verdad del designio divino, introduciendo a los discípulos de Jesucristo en el conocimiento de la Tradición y de la Escritura, que es la ciencia eminente de Cristo (Flp 3,8). Este profundizar en el conocimiento de la fe ilumina cristianamente la existencia humana, alimenta la vida de fe y capacita también para dar razón de ella en el mundo. La entrega del Símbolo compendio de la Escritura y de la fe de la Iglesia, expresa la realización de esta tarea.
2. La educación litúrgica:
En efecto, Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. La comunión con Jesucristo conduce a celebrar su presencia salvífica en los sacramentos y, particularmente, en la Eucaristía. La Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles cristianos a aquella participación plena, consciente y activa que exige la naturaleza de la liturgia misma y la dignidad de su sacerdocio bautismal. Para ello, la catequesis, además de propiciar el conocimiento del significado de la liturgia y de los sacramentos, ha de educar a los discípulos de Jesucristo para la oración, la acción de gracias, la penitencia, la plegaria confiada, el sentido comunitario, la capacitación recta del significado de los símbolos, tan necesario para que exista una verdadera vida litúrgica.
3. La formación moral:
La conversión a Jesucristo implica caminar en su seguimiento. La catequesis debe, por tanto, inculcar en los discípulos las actitudes propias del Maestro. Los discípulos emprenden, así, un camino de transformación interior en el que, participando del misterio pascual del Señor, pasan del hombre viejo al hombre nuevo en Cristo . El sermón del Monte, en el que Jesús, asumiendo el decálogo, le imprime el espíritu de las bienaventuranzas, es una referencia indispensable en esta formación moral, hoy tan necesaria. La evangelización, que comporta el anuncio y la propuesta moral , difunde toda su fuerza requerida cuando, junto a la palabra anunciada, sabe ofrecer también la palabra vivida. Este testimonio moral, al que prepara la catequesis, ha de saber mostrar las consecuencias sociales de las exigencias evangélicas.
4. Enseñar a Orar:
La comunión con Jesucristo lleva a los discípulos a asumir el carácter orante y contemplativo que tuvo el Maestro. Aprender a orar con Jesús es orar con los mismos sentimientos con que se dirigía al Padre: adoración, alabanza, acción de gracias, confianza filial, súplica, admiración por su gloria. Estos sentimientos quedan reflejados en el Padre Nuestro, la oración que Jesús enseñó a sus discípulos y que es modelo de toda oración cristiana.
La entrega del Padre Nuestro, resumen de todo el Evangelio, es, por ello, verdadera expresión de la realización de esta tarea. Cuando la catequesis está penetrada por un clima de oración, el aprendizaje de la vida cristiana cobra toda su profundidad. Este clima se hace particularmente necesario cuando los catecúmenos y los catequizandos se enfrentan a los aspectos más exigentes del Evangelio y se sienten débiles, o cuando descubren la acción de Dios en sus vidas.
5. Educación para la vida comunitaria:
La catequesis capacita al cristiano para vivir en comunidad y para participar activamente en la vida y misión de la Iglesia. El Concilio Vaticano II señala a los pastores la necesidad de cultivar debidamente el espíritu de comunidad y a los catecúmenos la de aprender a cooperar eficazmente en la evangelización y edificación de la Iglesia.
6. Educación del sentido ecuménico:
La catequesis debe cuidar también la dimensión ecuménica y estimular las actitudes fraternales hacia los miembros de otras iglesias y comunidades eclesiales. Por ello, la catequesis, al proponerse esta meta, expondrá con claridad toda la doctrina de la Iglesia católica, evitando expresiones o exposiciones que puedan inducir al error. Favorecer además, un adecuado conocimiento de las otras confesiones, con las que existen bienes comunes como la Palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad, y otros dones interiores del Espíritu Santo .
La catequesis tendrá una dimensión ecuménica en la medida en que sepa suscitar y alimentar el verdadero deseo de unidad , hecho no en orden a un fácil irenismo, sino a la unidad perfecta, cuando el Señor disponga y por las vías que El quiera.
7. Iniciación misionera:
La catequesis est abierta, igualmente, al dinamismo misionero. Se trata de capacitar a los discípulos de Jesucristo para estar presentes, en cuanto cristianos, en la sociedad, en la vida profesional, cultural y social. Se les preparar , igualmente, para cooperar en los diferentes servicios eclesiales, según la vocación de cada uno. Este compromiso evangelizador brota, para los fieles laicos, de los sacramentos de iniciación cristiana y del carácter secular de su vocación. También es importante poner los medios para suscitar vocaciones sacerdotales y de especial consagración a Dios en las diferentes formas de vida religiosa y apostólica, y para suscitar en el corazón de cada uno la específica vocación misionera.
Las actitudes evangélicas que Jesús sugirió a sus discípulos, cuando les inició en la misión, son las que las catequesis debe alimentar: buscar la oveja perdida; anunciar y sanar al mismo tiempo; presentarse pobres, sin oro ni alforja; saber asumir el rechazo y la persecución; poner la confianza en el Padre y en el apoyo del Espíritu Santo; no esperar otro premio que la dicha de trabajar en el Reino.
En la educación de este sentido misionero, la catequesis preparar para el diálogo interreligioso, que capacite a los fieles para una comunicación fecunda con hombres y mujeres de otras religiones. La catequesis hará ver el vinculo de la Iglesia con las religiones no cristianas es, en primer lugar, el del origen común y el del fin común del género humano, así como el de las múltiples semillas de la Palabra que Dios ha depositado en esas religiones.
La catequesis ayudar también a conciliar y, al mismo tiempo, distinguir el anuncio de Cristo y el diálogo interreligioso. Ambos elementos, manteniendo su íntima relación, no deben ser confundidos ni ser considerados equivalentes. En efecto, el diálogo interreligioso no dispensa de la evangelización .
Cada una de estas tareas realiza, a su modo, la finalidad de la catequesis, se implican mutuamente y se desarrollan conjuntamente.
8. Los instrumentos didácticos.
La catequesis necesita los instrumentos. Pero debe superar a los instrumentos. Utilicemos los instrumentos y materiales didácticos convenientes y añadámosles nuestro testimonio sincero y nuestro esfuerzo espiritual para ser buenos colaboradores del Espíritu Santo, que es el verdadero catequista de las almas.
Recordemos que ningún instrumento sustituye el testimonio personal y experiencial de quien afirma la fe en Jesucristo ante los demás, es decir, la acción personal y directa del catequista.
Los buenos materiales siguen los principios básicos que aplicamos anteriormente al método. Es decir, adaptación al destinatario para quien se dirige, variedad (no hay un sólo texto bueno), que atienda a los objetivos y al contenido que prevé nuestro programa, que sea rico de motivaciones y enseñanzas, etc.
PARA REFLEXIONAR:
Pido, por consiguiente, a los pastores de la Iglesia, y a los fieles, que acojan este Catecismo con espíritu de su misión de anunciar la fe y de invitar a la vida evangélica. Este Catecismo se les entrega para que les sirva como texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica, y sobre todo, para la elaboración de los catecismos locales. Se ofrece, también, a todos los fieles que quieren conocer m s a fondo las riquezas inagotables de la salvación (cf. Jn 8,32).
Quiere proporcionar una ayuda a los trabajos ecuménicos animados por el santo deseo de promover la unidad de todos los cristianos, mostrando con esmero el contenido y la coherencia admirable de la fe católica. El catecismo de la Iglesia católica se ofrece, por último, a todo hombre que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3,15) y que desee conocer lo que cree la Iglesia católica" (FD,3).
9. Las circunstancias de lugar y tiempo.
Importa elegir bien el horario y el lugar en que se imparte la catequesis. Si organizamos un curso para niños mientras están en la escuela, es evidente que habrá mala asistencia. Si elegimos un lugar al que es difícil llegar porque no hay transporte, también habrá poca asistencia. Somos humanos. Y damos catequesis a seres humanos. Y, si no está organizado humanamente nuestro programa, no tendrá aplicación para seres humanos. Está claro: no damos cursos a ángeles.
Hay quienes insisten en que, cuando hay interés, todos hacen el esfuerzo por asistir a sus fiestas y diversiones. Es verdad. Pero no podemos comparar una actividad fácil y placentera con otra exigente y formativa. No podemos devaluar nuestro producto, rebajándolo a una diversión, mediante atracciones de premios y espectáculo. Pero tampoco podemos ponerle más dificultades de las que ya tiene: hay que elegir bien el horario y el local en que impartiremos la catequesis de lo contrario, ¿cómo nos podrá extrañar que los alumnos se duerman en un salón caliente y mal ventilado?
PARA REFLEXIONAR:
En la ciudad, las relaciones con la naturaleza se limitan casi siempre, y por el mismo ser de la ciudad, al proceso de producción de bienes de consumo. Las relaciones entre las personas se tornan ampliamente funcionales y las relaciones con Dios pasan por una acentuada crisis, porque falta la mediación de la naturaleza tan importante en la religiosidad rural y porque la misma modernidad tiende a cerrar al hombre dentro de la inmanencia del mundo. Las relaciones del hombre urbano consigo mismo también cambian, porque la cultura moderna hace que principalmente valorice su libertad, su autonomía, la racionalidad científico-tecnológica y, de modo general, su subjetividad, su dignidad humana y sus derechos. Efectivamente, en la ciudad se encuentran los grandes centros generadores de la ciencia y tecnología moderna (SD 25).
10. Los canales para catequizar:
Entendemos por canales los conductos por los que el catequista utiliza para llevar el mensaje del Evangelio, por ejemplo, la radio. Es obvio que algunos de los canales de que hablaremos son más bien lugares. Es decir, son espacios en los que el evangelizador se hace presente para transmitir su mensaje; por ejemplo, la parroquia o la zona habitacional. También los llamamos canales porque son el conducto amplio en que se realiza la catequesis.
Para ver la importancia de elegir bien el canal, recordemos que la catequesis exige:
1. Un contenido: que es el mensaje del Evangelio o de la Iglesia. Este contenido puede ser inicial, básico o de profundización.
2. Un catequista: es un cristiano. Es lo esencial.
3. Unos destinatarios: son personas. También son esenciales. Hay de muchos tipos.
Necesitamos tener muy en cuenta estos tres elementos a la hora de elegir el canal para catequizar. Porque hay canales más adecuados para determinados contenidos; por ejemplo, una emisora de radio es muy útil para dar una conferencia, pero no para dar catequesis a un grupo de niños pequeños en una parroquia. Hay canales más adecuados para las capacidades del catequista; por ejemplo, no todos somos útiles para intervenir en la televisión. Y hay canales más adecuados según los destinatarios; por ejemplo, un libro no es muy aconsejable para sectores sociales con poca cultura y sin hábito de leer.
Hay que tener en cuenta también otros elementos para elegir el canal de catequesis más adecuado para cada ocasión. La elección del canal se determina por:
a. la cantidad de tiempo en que el destinatario puede estar expuesto a recibir el mensaje: un canal con mucha audiencia más útil que uno con pocos oyentes.
b. la calidad del tiempo para que sea útil a la acción educativo-comunicadora del mensaje: un horario que exige mucho esfuerzo, como es entrada la noche, produce poco aprovechamiento y poca asistencia de oyentes.
c. los condicionamientos sociales-laborales de los destinatarios: un canal es más conveniente según el nivel socioeconómico de los destinatarios. No todos los canales van a estar al alcance de todas las economías, culturas o costumbres.
d. la esencia de la catequesis: educar la fe es un testimonio, no una simple información o entretenimiento. Por eso, es esencial que haya una persona que da testimonio directo. ¿Hasta dónde podemos hablar de catequesis, por ejemplo, por medio de un video o de un libro?
De estos elementos, podemos destacar que la catequesis debe dar prioridad a los canales en que haya una acción lo más directa posible de un catequista y que le permita hacerse presente al mayor número posible de destinatarios.
Normalmente, se ha hablado de que es mejor catequizar a los niños, porque tienen la mejor edad para asimilar y recibir el mensaje cristiano. Es un punto discutible. No vamos a afrontarlo en este momento, pues la catequesis debe dirigirse, por su esencia de crecimiento en la vida según el Evangelio, a todos los hombres. Pero la necesidad de catequizar a todas las personas nos hace que el canal a elegir debe procurar abarcar la sociedad humana en toda su extensión o a la mayor parte.
Los canales podríamos evaluarlos de la siguiente manera en nuestro ambiente latinoamericano:
1. Los grupos rurales requieren una evangelización con canales más inmediatos y naturales, pues disponen de horario y problemática más controlables.
2. El mundo urbano requiere unos canales que combinen la gran movilidad, la secularización del ambiente, el anonimato, etc.
3. Hay que distinguir los elementos humanos necesarios para la acción evangelizadora, al mismo tiempo que los elementos directamente sobrenaturales. Hay canales que tienen un predominante de uno de los componentes: una predicación de un obispo siempre ser un acto muy directamente sobrenatural o teológico, mientras que un video ser algo m s humano. Pero ambos son necesarios.
PARA REFLEXIONAR:
Desde la enseñanza oral de los apóstoles a las cartas que circulaban entre las Iglesias y hasta los medios más modernos, la catequesis no ha cesado de buscar los métodos y los medios más apropiados a su misión, con la participación activa de las comunidades, bajo impulso de los Pastores. Este esfuerzo debe continuar.
Me vienen espontáneamente al pensamiento las grandes posibilidades que ofrecen los medios de comunicación social y los medios de comunicación de grupos: televisión, radio, prensa, discos, cintas grabadas, todo lo audio-visual. Los esfuerzos realizados con estos campos son de tal alcance que pueden alimentar las m s grandes esperanzas. La experiencia demuestra, por ejemplo, la resonancia de una enseñanza radiofónica o televisiva, cuando sabe unir una apreciable expresión est‚tica con una rigurosa fidelidad al Magisterio. La Iglesia tiene hoy muchas ocasiones de tratar estos problemas -incluidas las jornadas de los medios de comunicación social-, sin que sea necesario extenderse aquí¡ sobre ello, no obstante su capital importancia" (CT 46).
11. El Agente y su función.
El lugar que ocupa el catequista entre Dios y el destinatario nos ayuda a ver su función mediadora. Su papel es acercar a Dios y al destinatario. Es obvio que Dios está cerca de todos nosotros y es quien mayor interés tiene en el crecimiento de nuestra fe. Por eso, el problema mayor está en ayudar al destinatario a abrir su corazón para recibir al Creador.
Por eso, es oportuno definir la función del catequista. Es decir, conviene establecer cuál es su papel en la acción de la catequesis. Es vital, porque no debemos esperar del catequista más de lo que puede hacer. Pero también debe quedarnos claro lo que nunca debe omitir. Para dibujar bien la tarea del catequista, debemos aclarar que se encuentra en medio de los dos protagonistas de la acción profunda de la catequesis. Es decir, él no puede para dar la fe, meta de la catequesis, porque no es Dios. Y tampoco puede aceptar la llamada de Dios a la fe en lugar del destinatario. No puede tomar decisiones por él.
Su función, pues, es mitad sobrenatural y mitad humana. Tiene que levantar los ojos para pedir a Dios el don de la fe para sus alumnos y para rogarle ser él mismo un instrumento lo menos estorboso posible. Pero tiene también que buscar la mayor habilidad humana para hacer muy atractivo y hermoso el mensaje de la Iglesia. Es, por esto, que el catequista tiene que lograr su máxima capacitación en lo espiritual y en lo humano. Tiene que ser un gigante de santidad y un experto en humanidad.
En segundo lugar, conviene destacar los limites del catequista. Muchos rechazan ser catequista porque son imperfectos y sin cualidades. Pero, si buscáramos un santo perfecto para dar catequesis, nadie estaría capacitado. El catequista es un instrumento. Y tiene los limites del instrumento. Puede acaso escribir sola una pluma? Del mismo modo, el catequista no puede él solo construir la personalidad cristiana en el alma de sus destinatarios. Debe mejorarse siempre, de acuerdo. Pero sabiendo que el mejor instrumento es el que es dócil a la mano sabia del Autor.
PARA REFLEXIONAR:
Ninguna metodología, por experimentada que sea dispensar al catequista de un esfuerzo personal de asimilación y de adaptación a las circunstancias concretas. Más que la elección de un buen método, son las buenas cualidades humanas y cristianas las que aseguran el buen éxito. El papel del catequista es mucho más importante que el de los textos y otros instrumentos de trabajo.
Sin embargo, esta grandeza e importancia no impiden que consideremos las limitaciones del catequista. El debe industriarse para escoger y crear las condiciones más adecuadas para que el mensaje cristiano sea pedido, acogido y profundizado. Hasta aquí llega la tarea del catequista y aquí termina. En efecto, la adhesión al mensaje cristiano por parte del catequizando, que es fruto de la gracia y de la libertad, en último análisis no depende del catequista; y por eso es necesario que la actividad del catequista vaya acompañada de la oración.
Esta aclaración es obvia, pero es también útil en el contexto contemporáneo que pide mucho del talento y del genuino celo cristiano del catequista y al mismo tiempo exige en el máximo respeto por la libertad y creatividad de los catequizandos" (DGC 71).
Autor: Salvador Hernández
Fuente: catholic.net
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