¿Cómo ser una familia orante?

El Santo Padre, envuelto en el misterio de la Navidad y el ejemplo que nos ofrece la Sagrada Familia, aprovecha la catequesis del viernes 28 de diciembre para darnos algunos consejos prácticos para ser familias orantes.
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1. Para la mamá: una mirada contagiosa de las cosas de Dios. La capacidad de la Virgen de vivir en oración y meditar en su corazón todas las cosas que Dios hacía con su vida contagió a San José, quien poco a poco fue haciendo lo mismo. Cuando la madre del hogar es una persona que vive cerca de Dios, contagia “por ósmosis” esa misma vivencia íntima con el Señor a los que habían a su alrededor.
2. Para el papá: guiar la oración doméstica cotidiana. San José cumplió a la perfección el rol paterno: llevaba a Jesús a la sinagoga, a los ritos del sábado, a Jerusalén a la peregrinación anual y también guiaba diariamente las oraciones antes de las comidas.
En la familia, los niños ya desde tierna edad pueden empezar a percibir el sentido de Dios gracias a la enseñanza y sobre todo al ejemplo de los padres. Seamos familias donde resplandece la oración.
 P. Francisco Armengol, L.C
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El barquero y el sabio

Estaban atravesando en un bote un gran río de orilla a orilla.

En la conversación salió el tema del tamaño de las estrellas. El barqueo mostró su ignorancia y el sabio lo calificó de ignorante.

Después salió en tema de INTERNET. El barquero reconoció no entender nada de eso. Y el sabio le dijo que su ignorancia era perder el 80% de su vida.
 
De repente volcó la barca y el barquero preguntó al sabio si sabía nadar. El sabio contestó que no tuvo tiempo de aprender a nadar. Y el barquero le contestó: "Pues ha perdido toda su vida a pesar de su sabiduría".

Lo mismo le va a pasar al que sabe muchas cosas de este mundo pero ignora el camino que lleva a la gloria eterna.

Oración contemplativa al estilo de Juan Evangelista

¿Es posible establecer una relación de amistad con Dios? Dios es un ser trascendente, misterioso, sublime. Ya bastante es que podamos tratar con Él como para que además esa relación pueda ser cercana y amistosa. Es normal plantearse esta pregunta. Además, nos sentimos indignos de un privilegio así. La intimidad con Dios no es cualquier cosa. Nuestro corazón busca silencio y soledad, busca la intimidad con Dios y Dios también nos busca.
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San Juan Evangelista tenía una gran resonancia espiritual, nos enseña siempre verdades muy elevadas. Por eso se le representa como el águila que ve desde las alturas. Como el águila, Juan se eleva, vuela y disfruta de la libertad de los hijos de Dios.
Así habló al referirse al Dios misterioso y sublime, pero a la vez tan personal y cercano:
“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo.” (1 Jn 1,1-3)

Llamados a la intimidad con Dios

Nos encontramos ante una de las grandes revelaciones de Jesús. Él se presentó como el Buen Pastor que busca a la oveja perdida (cf Jn 10, Mt 18, 12-13), como Padre que espera al hijo que había dejado el hogar (cf Lc 15, 11-32), como el Buen Samaritano que se acerca al herido, lo atiende y lo cura (cf Lc 10,25-37). Y en la última cena nos dijo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15, 5a), esforzándose así por darnos a entender el grado de intimidad en que Él concibe su relación con nosotros. Nos ve como parte de su propio cuerpo, por nuestras venas corre su vida. Son enseñanzas de Dios mismo, palabras llenas de verdad e intimidad.
Además de explicárnoslo Jesús con palabras, realizó gestos cargados de sentido, como el hecho mismo de haber tomado un cuerpo y asumir la naturaleza humana para vivir entre nosotros como uno de nosotros, el haber nacido en una cueva, el hacerse rodear de pastores y pescadores, esperar a la samaritana junto al pozo, etc. Cada acto, cada gesto de Jesús está impregnado de mensaje.

El abrazo de Dios

Pero hay un gesto que para mí está especialmente cargado de significado: permitir que Juan se recostara sobre su pecho en la última cena (Jn 13, 23-25). Realizado durante la primera misa, es como un gesto litúrgico, una acción mezclada de contemplación, una acción en orden a la contemplación. Un acto corporal, muy humano, y a la vez lleno de sentido sobrenatural, como debe ser todo gesto litúrgico.
En conversaciones con mis compañeros sacerdotes en que tratamos de visualizar lo que será nuestra relación con Dios en el cielo, con frecuencia aparece la descripción del cielo como “el abrazo eterno de Dios”. (De hecho, mientras planeaba la apertura de este blog de la oración, el primer nombre que pensé para el blog fue “Abrazo de Dios”).
Cuando no logramos expresarnos con conceptos, echamos mano de símbolos. Los símbolos nos transportan a realidades que los superan. Y a través de gestos procuramos expresar sentimientos que no es fácil decir con palabras. ¿Cómo hablar de la comunión de vida con Dios? ¿Cómo hablar de la intimidad con Dios a la que estamos llamados y para la que fuimos creados?

Reclinarse sobre el pecho de Jesús

Jesús permitió que Juan se recostara en su pecho. En lo personal me gusta pensar que no fue sólo una condescendencia por parte de Jesús, sino que conociendo el amor que Jesús le tenía a Juan, él mismo invitó a Juan a reclinar su cabeza en su corazón. Fue un momento en que tanto Jesús como Juan revelaron los secretos de su corazón. Juan recostado en el pecho de Jesús es icono de la intimidad a la que Jesús nos invita en la oración; representación sencilla de la oración contemplativa.
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Contemplar esta imagen es algo que serena el alma. Tener la cabeza en el pecho de Jesús significa “tratar de amistad estando a solas con quien sabemos que nos ama” (cfr. Sta. Teresa) y es buscar al “amado de mi alma” (Ct 1,7)  Nos ayuda no sólo como composición del lugar en la meditación, a manera de una imagen que recrea nuestra imaginación, sino como algo más profundo, una expresión del tipo de amistad que queremos tener con Jesús, una actitud filial, una experiencia interior; la oración de un corazón que escucha.
En mi oración personal, me sirvo mucho de esta escena. Me hace bien pensar en Jesús invitándome a reclinar mi cabeza sobre su corazón para escuchar sus latidos en actitud de escucha contemplativa.

Don de Dios que hay que pedir

¡Déjame, Señor, posar mi cabeza en tu costado!
La oración contemplativa no es fruto de nuestro esfuerzo, es un don de Dios. Un don maravilloso el enviarnos su Espíritu que nos introduce en la comunión de vida con la Trinidad. Y maravilloso también que esto puede comenzar ya desde esta vida.
“La entrada en la contemplación es análoga a la de la liturgia eucarística: “recoger” el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquel que nos espera…” (Catecismo n 2711) 

P. Evaristo Sada LC
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Oración por la juventud

Por Nicolás de Cárdenas

Te pedimos, Señor, por la juventud que por tu Gracia es

- tesoro que nos has legado para tu Gloria,
- semilla de familias santas a tu servicio,
- tiempo de forjar amistad eterna con el Padre,
- promesa de futuro en el presente,
- momento de anhelar, descubrir y abrazar los carismas mejores,
- tierra fecunda donde sembrar tu Reino,
- escuela donde acoger mejor las enseñanzas del Maestro,
- razón presente para construir un futuro según la voluntad del Padre,
- y fermento de vocaciones a la vida consagrada.

Amén.

Posturas para la oración

Al disponernos para orar es importante adoptar una postura adecuada (interior y exterior). Una de las causas más frecuentes de una oración mal hecha es que no se comienza bien. Me refiero ahora a la postura exterior. Es algo análogo a la posición de “en sus marcas” que adoptan los corredores o los nadadores para iniciar la carrera.en_sus_marcas

Por P. Evaristo
Hace unos meses visité la catedral de Puebla y allí encontré a un hombre sentado en una banca en profunda oración. Había muchos turistas alrededor viendo las obras de arte; él oraba. Me llamó la atención.
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Luego pensé que debería ser lo normal, pues ¿qué más se puede esperar de un creyente dentro de una iglesia? Pero lamentablemente no siempre se encuentran personas cuya sola postura corporal denote recogimiento y reverencia. Y no estoy hablando aquí de manifestaciones extrañas que incluso pueden incomodar o distraer a los demás, sino de lo más normal y natural de una actitud orante.

“En sus marcas”

Lo material y corpóreo puede ayudar o estorbar para entrar en diálogo con Dios. Somos “de una pieza”, no somos cuerpo por un lado y espíritu por otro. Nuestras posturas influyen en la oración, también la vista y el oído, la imaginación y la memoria, todo…Prueba de ello es cuánto ayuda en la celebración eucarística una liturgia bella: el canto litúrgico, las flores, los ornamentos, la armonía en los movimientos, el incienso, etc. Y prueba de ello también es cuánto afectan los ruidos, el desorden, la falta de limpieza, los cantos desafinados, etc.
La serenidad, el recogimiento se obtienen “recogiendo” los sentidos exteriores y los sentidos interiores, así como las mujeres reúnen los cabellos de aquí y de allá para peinarlos en una trenza, o como se ordenan los libros y papeles de un escritorio para disponer de un espacio limpio para trabajar o atender a una persona.
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A solas con Dios. En una capilla, iglesia o ermita, en el rincón familiar o en el “escondite” personal donde suelo retirarme para orar. Allí, en silencio, me dispongo interior y exteriormente para el encuentro con Dios. ¡Es Dios! 

La postura del cuerpo

Para serenarse antes de iniciar la oración ayuda la postura del cuerpo: ni demasiado relajada ni tampoco una postura incómoda. Normalmente ayuda sentarse en postura recta o bien ponerse de rodillas, cerrar los ojos, poner atención a la propia respiración y que ésta sea serena y profunda. Estos recursos tan sencillos ayudan a tranquilizarse, favorecen el recogimiento y disponen para la interiorización.
El silencio exterior contribuye al silencio y al recogimiento interior, que es conquista de mucha virtud y esfuerzo y de la presencia de Dios en el alma. Una vez alcanzada esta “quietud” es más sencillo invocar al Espíritu Santo con plena conciencia y ponerse en la presencia de Dios. Durante la meditación habrá que esforzarse por no perderla sino favorecer la acción de la gracia para que ésta sea más íntima y profunda. De nuevo, para ello ayuda el cuerpo: mantenerse serenos, evitar moverse de aquí a allá, asomarse por la ventana a ver quién pasa, interesarse por quién llamó por teléfono, ver los mensajes que entran al celular, etc. Para orar es necesario centrarse, focalizarse en sólo Dios.
El Cardenal Ratzinger escribía que el cuerpo debe co-orar:
«Así, pues, quiero que los hombres oren en todo lugar, levantando las manos puras, sin ira ni discusiones» (1 Tim 2,8). En contra de la falsa opinión de que su ocupación principal es la vida activa, los hombres no deben dejar la oración a las mujeres. Es preciso superar el error según el cual orar no es un hacer. Debemos decir a los hombres que deben vencer la falsa vergüenza que oculta lo íntimo ?la callada relación con Dios? como algo poco masculino o pasado de moda. La piedad no debe convertirse, ciertamente, en exhibición, sino mantener su discreción genuina. Ello no significa, empero, que sea una especie de juego hecho a escondidas. La oración exige su propio y específico valor: también el cuerpo pertenece a Dios. La fe no es algo exclusivamente espiritual, ni la oración algo meramente interior. El cuerpo debe co-orar. El ademán corporal con el que nos dirigimos solidariamente a Dios forma parte también de la oración. San Pablo habla al respecto de extender las manos, que se alargan de algún modo hasta Dios. En la actualidad sigue siendo importante adoptar al orar un ademán corporal digno. Solamente rezamos plenamente cuando lo hacemos también con el cuerpo». (Cooperadores de la verdad, Joseph Ratzinger, Rialp, Madrid 1991 pp.124-125)

Vale también para los sacerdotes antes de iniciar la misa

Este ejercicio de recogimiento puede ayudar también (tanto a los sacerdotes como a los fieles) para comenzar la santa misa. De ninguna manera es lo mismo que lleguemos a misa con prisas que estar en la iglesia unos minutos antes de que comience la celebración para serenarse, recoger los sentidos, tomar conciencia de lo que se va a celebrar, ponerse en la presencia de Dios, disponerse a acompañarle con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas.
“Hay personas que se sumergen totalmente en la oración, como los peces en el agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no está dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con él, del mismo modo que hablamos entre nosotros.
Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo, cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que inclus­o parece como si le dijeran al buen Dios: «Sólo dos palabras, para deshacerme de ti». Muchas veces pienso que, cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro.”

¿En lugares públicos?

Algunos temen que les acusen de ser “demasiado piadosos” cuando oran en lugares públicos. Cuántas veces el ambiente social presiona en contra de la manifestación pública de la fe; normalmente resulta incómodo ir contracorriente.
Tal vez nos ayude recordar el tiempo de las catacumbas: algunos de los primeros cristianos pensaban: “si me descubren me matan, por eso me escondo”. Situaciones semejantes de real persecución o privación de la libertad religiosa se han reproducido a lo largo de los siglos. Durante cuántos períodos de persecución muy recientes, e incluso actualmente en algunos lugares de Asia o África, muchos fieles se han visto obligados a vivir y practicar su fe de forma clandestina.
Algunos de los primeros cristianos dieron testimonio público de su fe cuando Dios los colocó en una situación que lo requería, so pena de renegar de Él y de su amor. “Por todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios.” (Lc 12, 8-9) Los recordamos como mártires y como confesores de la fe. Muchos otros, cientos y miles, perseveraron y perseveran también en su fe, y escondidos en sus casas y en innumerables “catacumbas” improvisadas a lo largo de los siglos vivieron y viven con discreción y gran fidelidad al Señor su vida cristiana. Se esconden, sí. Pero no dejan de orar. No dicen: “mejor me olvido de Dios o me comporto como si Dios no existiera”.
Si me da vergüenza, si tengo miedo, si me presiona mucho el ambiente, si lo paso muy mal con las críticas de los demás, o tal vez por humildad puedo “esconderme”, pero no dejaré de orar ni de poner los medios que me ayudan a orar mejor. En la conciencia de cada uno el Espíritu Santo sugiere cuándo hablar y cuándo callar, cuándo actuar y cuándo omitir. El hombre de carácter, el hombre de conciencia, el hombre coherente, vive lo que sabe que debe ser.
Nada más personal e íntimo que nuestra relación personal con Dios. Por eso, no se trata de que nos vean o no nos vean, mucho menos orar para que nos vean… (cf. Lc 18, 10-14; cf. Mt 23, 2-7 ) Es bonito orar en lugares públicos y de esa manera hacer presente a Dios en la vida social, es bueno dar testimonio y unirme a otros para celebrar y alabar a Dios, pero lo más importante en la oración es lo privado, lo que sucede en el corazón.
 “Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mt 6, 5-6)
Volviendo al ejercicio de recogimiento mencionado arriba, esta vez no les invito a “hacer la prueba” una sola vez. Les invito a probar y probar y probar… experimentarán los resultados.
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¿Qué rezar? ¿Cómo rezar? ¿Cuándo rezar? ¿Cuánto rezar?

¿Son estas las preguntas más importantes?
¿Qué define a una persona? ¿Lo que tiene, lo que hace, lo que produce o lo que es? Tendemos a valorar a las personas por sus logros, sus títulos o reconocimientos, su poder, sus posesiones, sus errores, etc. Y no por lo que son. A veces, así nos valoramos también a nosotros mismos. Y tal vez nos hacemos daño. Dios tiene una mirada penetrante, capaz de ver lo que en verdad somos y eso es lo que define su relación con nosotros. La pregunta es: ¿también es eso lo que define nuestra relación con Él?
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Corremos el riesgo de que la mentalidad pragmática contagie la dimensión espiritual de nuestra vida, creyendo que la vida de oración se califica por las cosas que hacemos. En el mes de junio publiqué dos artículos (primero y segundo) en los que deseo ahora profundizar desde otra perspectiva. Nos preguntábamos, ¿qué es lo que Dios ve cuando nos mira? Y estas eran algunas de las respuestas:
Somos hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza. La inhabitación de la Trinidad en nosotros es una realidad viva. Fuimos hechos para vivir en una comunión de amor con Él, en el tiempo y en la eternidad.
Somos peregrinos, con un tiempo limitado de vida, con unos talentos recibidos (el tiempo, la libertad, la vocación y misión personal, tantos dones y gestos del amor personal de Dios a cada uno…), caminamos hacia los brazos de Dios Padre, donde nos tiene preparado un lugar.
Somos pecadores rescatados. La sangre del Hijo de Dios hecho hombre fue la moneda con que pagó nuestro rescate del pecado. Valemos lo que vale la Sangre de Cristo. Y aun así conservamos tendencias e inclinaciones que nos llevan a hacer lo que no queremos (cf Rm 7,18-21)
Somos buscadores de felicidad, de verdad, de justicia y de paz. Cavamos pozos por todos lados buscando agua pura que sea capaz de saciarnos en plenitud. 
Somos cristianos, discípulos de Cristo. Él nos mandó permanecer en su amor (Jn 15) y orar siempre (Lc 18, 1 ss) y nos dio ejemplo de oración (Mt 11, 25 ss; Jn 12, 27 ss; Mt 26, 39 ss y paralelos; Jn 17; etc.) Ser cristiano es ser como Cristo que vivía en unión con el Padre y que en su vida siempre precedió la oración a los momentos importantes y a las grandes decisiones.
Algunos somos religiosos y consagrados. Hemos sido llamados a seguirle más de cerca, a dedicarnos de forma particular a alabar a Dios y a ser testimonio de los bienes eternos.
Por tanto, creo que nuestra relación con Dios, nuestra vida de oración, es sobre todo una cuestión de identidad y no de actividad. La vida de oración no se limita a un conjunto de prácticas religiosas que hay que hacer de una determinada manera para “estar bien”. Antes de preguntarse ¿qué rezar?, ¿cómo rezar?, ¿cuándo rezar?, ¿cuánto rezar?, habría que preguntarse ¿qué soy?, ¿quién soy?, y luego obrar en consecuencia: ser coherentes.
De otro modo, si nuestros rezos no corresponden a la verdad de lo que somos, corremos el riesgo de ser falsos, viviendo a base de prácticas farisaicas. (cf. Jn 4, 24; Mt 23, 13-29)
Un marido lleva a su mujer un ramo de flores en el aniversario de su matrimonio. La mujer se sorprende y se lo agradece emocionada a su esposo. Si el esposo le dice: “En realidad te traje las flores porque estaban en barata y pensé que las necesitarías para adornar la mesa en la cena de esta noche; además creí que debía demostrarte de alguna manera que sí me acordé del aniversario, pero en fin, no es para tanto….” ¿Qué respondería la mujer? (si es que tiene fuerzas para responder y no le han vencido las ganas de hacer algo desagradable con esas flores….): “Lo que me interesa eres tú, tu corazón, tu amor, no tus cumplidos.”
El corazón es el espacio de la verdad, donde está escrito lo que somos.
“El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo "me adentro"). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza.” (Catecismo n 2563)
Dios ve nuestro corazón tal cual es y tal cual se encuentra en cada momento. “Es el corazón el que ora. Si éste está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana.” (Catecismo n 2562)
Así se explica por qué a veces rezamos con tedio y desgana nuestras oraciones: están vacías de contenido, no brotan de un corazón que ama. Y aquí está también el motivo por el cual nuestra vida de oración debe estar fundada e inspirada en la verdad de lo que somos y de lo que Dios es, y no limitarse a un conjunto de compromisos que cumplimos sólo exteriormente, como actos vacíos de sentido, sin alma.
Importa el qué, el cómo, el cuándo y el cuánto en la vida de oración, pero sobre todo importa la sinceridad y autenticidad de nuestra comunicación y relación personal con Dios. Una vida de oración desde el corazón lleva a una gran libertad interior.
Una relación sincera, personal y auténtica con Dios, desde la verdad que Él es y la verdad que nosotros somos, lleva a la plenitud de vida. Plenitud que luego desborda en obras de caridad: “Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe. Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta”. (St 2,18 y 26)
Propongo una pregunta que tal vez quieras hacerte y hacer a Cristo Eucaristía en este día: ¿Cómo puedo ser una copa llena que, una vez llena, desborda y comparte su riqueza?
P. Evaristo / la-oracion.com





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¿Cómo sé si rezo bien el Rosario?

Tres angustias radicales del ser humano son: perder el sustento, el miedo a la muerte y no encontrar el descanso eterno.
Virgen_Maria_1La Virgen María conoce bien a sus hijos, sabe que estas preguntas nos escuecen por dentro y que se nos presentan con mayor o menor fuerza según las circunstancias, los tiempos, la personalidad y la conciencia de cada uno. Por ello hacemos bien en pedirle: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.”
Al rezar el Rosario desde nuestra realidad de hijos, pecadores y en camino, le presentamos esta súplica 50 veces seguidas.
Pensé que el tema podría venir a cuento ahora que estamos en el mes de Mayo, mes de la Madre.

No basta aprender una oración, hay que aprender a orar.

Cuando se habla del Rosario, muchas veces la atención se centra en la mecánica del rezo del Rosario. Es fácil encontrar buenas explicaciones de cómo se reza el Rosario (por ejemplo en este devocionario y en la página de la Virgen Peregrina de la Familia). Por ello, como he dicho en otro momento, en este blog quisiera fijarme más en la pedagogía de la oración cristiana que en los rezos, y más en las actitudes que en los contenidos.
“La oración es una actitud interior, antes que una serie de prácticas y fórmulas, un modo de estar frente a Dios, antes que de realizar actos de culto o pronunciar palabras.” (Benedicto XVI, 11 de mayo de 2011)

Un buen orante, al rezar el Rosario, no repite Avemarías como un loro. 

Compara estas dos fotografías y trata de describirlas.
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Un buen orante, al rezar el Rosario, contempla a Cristo con la mirada de María.
Así se entiende mejor el valor de la oración vocal.

El Rosario es una oración mariana centrada en Cristo.

En el Rosario, mientras se honra a la Virgen María con el paso de las Avemarías, se contemplan en la mente y en el corazón los grandes momentos y misterios de la vida de Jesús.
La pregunta principal es: ¿cómo se contemplan? Y la respuesta debe ser: como María. Se trata de aprender de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo.
Nos ayuda La Pietà de Miguel Angel: es toda una lección de oración. Allí queda plasmado cómo la Virgen María meditaba la Palabra en su corazón. En su mirada y en toda su postura interior y exterior se ve cómo toma conciencia y cómo profundiza las palabras, los hechos y los misterios de la vida de Su Hijo Jesucristo.
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Al iniciar el Rosario debemos detenernos un momento y pensar en lo que vamos a hacer. Debemos actuarnos y en vez de “poner el disco” para que comience su monótono repetir de Avemarías, hemos de suplicar a Dios que nos conceda la gracia de asimilar el modo de ver y de ser de la Virgen María y tratar de apropiar sus actitudes evangélicas en su relación con Cristo.  “Así la Madre del Señor ejerce una influencia especial en el modo de orar de los fieles.” (Juan Pablo II, 3  de enero de 1996) 
Es necesario hacerlo cada vez que se reza el Rosario. De lo contrario es fácil que no resulte bien y venga el desaliento.

Plegaria maravillosa.

Si nos metemos en el corazón de la Virgen María y el Espíritu Santo nos concede la gracia de sentir como Ella, conocer como Ella, amar a Cristo como Ella, el Rosario se puede convertir, también para nosotros, en una plegaria maravillosa.
Juan Pablo II, pocos días después de su elección al pontificado, dijo que el Rosario era su oración preferida y nos explicó cómo había que rezarlo:
“El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. En esta plegaria repetimos muchas veces las palabras que la Virgen María oyó del Arcángel y de su prima Isabel. Palabras a las que se asocia la Iglesia entera. (…) Con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos y nos ponen en comunión vital con Jesucristo a través ?se puede decir? del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevan más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana”. (Angelus, Juan Pablo II, 29 de octubre de 1978)  
Las palabras clave aquí son: comunión vital con Jesucristo a través del Corazón de su Madre.

El Rosario: una oración marcadamente contemplativa.

María es para nosotros un modelo de oración contemplativa (puedes releer: "Un ejercicio de contemplación: la oración de María de la A a la Z"). Ella guardaba y meditaba en su corazón todo lo que vivía junto a Jesús. (cf. Lc 2, 19 y 51 b).
«Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad" (Mt6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza» (Rosarium Virginis Mariae, 12)

Entonces ¿cómo sé si rezo bien el Rosario?

Lo rezas bien si en el trasfondo de las cincuenta Avemarías contemplas a Cristo con la mirada de María, Madre de Dios y Madre nuestra.
María, por su parte, te estará viendo a ti y su mirada te llenará de una profunda confianza.
Cuando veo la imagen de la Virgen de Guadalupe siento que María me mira, me toma en sus brazos y me repite como a Juan Diego: “No te apene ni te inquiete cosa alguna, ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás por ventura en mi regazo? Nada has de temer.” (Nican Mopohua)
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"Oración a Nuestra Señora de Guadalupe"

"Virgen María de Guadalupe,
Madre del verdadero Dios por quien se vive.
En San Juan Diego, el más pequeño de tus hijos,
Tú dices hoy a los pueblos de América Latina:
‘¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?
¿No estás bajo mi sombra?
¿No estás por ventura en mi regazo?’
Por eso nosotros con profundo agradecimiento
reconocemos a través de los siglos
todas las muestras de tu amor maternal,
tu constante auxilio, compasión y defensa
de los moradores de nuestras tierras,
de los pobres y sencillos de corazón.
Con esta certeza filial,
acudimos a ti, para pedirte,
que así como ayer vuelvas a darnos a tu Divino Hijo,
porque sólo en el encuentro con Él
se renueva la existencia personal
y se abre el camino para la edificación de una
sociedad justa y fraterna.
A ti, ‘Misionera Celeste del Nuevo Mundo’,
que eres el rostro mestizo de América
y luminosamente manifiestas su identidad, unidad y originalidad,
confiamos el destino de nuestros Pueblos.
A ti, Pedagoga del Evangelio de Cristo,
Estrella de la Nueva Evangelización,
consagramos la labor misionera
del Pueblo de Dios peregrino en América Latina.
¡Oh Dulce Señora!,
¡Oh Madre Nuestra!,
¡Oh siempre Virgen María!
¡Tu presencia nos hace hermanos!
Acoge con amor esta súplica de tus hijos
y bendice esta amada tierra tuya
con los dones de la reconciliación y la paz.
Amén".

¿Por qué nos cuesta a los católicos hablar de Jesús?

Los adolescentes y las dudas de fe

La adolescencia es una época difícil, también en lo religioso. Proliferan las dudas de fe, que pueden ser por la no comprensión de ciertas verdades religiosas; o como resultado de la decepción que experimentan cuando piensan que la religión o sus instituciones no satisfacen sus exigencias; o por su vacío afectivo y el no encontrar sentido a la vida. También la falta de personalidad, dado el clima poco favorable a la práctica religiosa, que les impide luchar contra corriente y mantener una fe que sí existe, pero que no tienen valor para defender; o puede ser cuestión de pereza, porque salen el sábado por la noche y luego no tienen fuerzas para levantarse e ir a Misa el domingo. Todo esto les lleva a alejarse de Dios, de quien temen su desaprobación, aunque a menudo lo que más estiman de Él es su capacidad de perdonar. Mientras algunos logran interiorizar su fe, percibiendo a Dios en sus vidas y respondiendo con una conducta en la que la oración está presente, en otros muchos más que una pérdida total de fe, simplemente dejan de practicar. Además debido al despertar de la pubertad, se le hace difícil mantenerse fieles a ciertas normas morales. Por ello no aceptan a la Iglesia y sus leyes, que con frecuencia les llegan totalmente deformadas, especialmente en lo referente a la vida sexual, pues ignoran los aspectos positivos de la Moral Cristiana y la ven tan solo como una moral de prohibiciones, por lo que consideran Moral y Religión como obstáculos para su desarrollo. Si añadimos que sus lecturas o estudios, sus contactos con determinados compañeros o profesores, el ambiente general de nuestra sociedad y el mismo proceso general de maduración, les plantean serios problemas cuando tratan de armonizar sus concepciones religiosas, no siempre actualizadas, con sus conocimientos y experiencias de joven, comprenderemos por qué son muchos los que “pierden la fe”. Por ello ante las dudas de fe, pueden adoptar dos posturas: o rechazarlas como tentaciones del demonio, pero con el resultado de que la duda va a seguir corroyéndoles por dentro, o considerarlas como el medio providencial que Dios pone a su disposición para que, al resolverlas, su formación religiosa siga de acuerdo con su formación humana y no se produzca esa peligrosísima divergencia que se da cuando continúa la formación cultural y humana, pero la formación religiosa termina con la Confirmación, creando así un peligroso desnivel entre sus conocimientos y su formación religiosa.Y es que la fe que no se hace cultura no es plenamente vivida. De esta problemática se deduce la importancia de la tarea de los educadores y transmisores de la fe, que deben intentar no sólo darles a conocer a Cristo y su Palabra, para que el mensaje evangélico con su carácter divino y salvífico les llegue tal cual es, sino también hacerles caer en la cuenta de la necesidad en sus vidas de la síntesis entre fe, cultura y ciencia. Los jóvenes tienen que llegar a descubrir por sí mismos, aunque con nuestra colaboración, ayuda y ejemplo, quién es Jesucristo, el amor que Dios les tiene y que la fe es un gran auxilio en la tarea de la propia conquista y realización personal. Los estudios les introducen en las grandes corrientes del pensamiento contemporáneo y les hacen reflexionar sobre los más importantes problemas humanos, como la vida, el amor, el mal, la muerte, por lo que necesitan integrar en ellos lo cultural y científico poniéndolo al servicio de lo bueno y verdadero, descubriendo también la profunda relación existente entre estas realidades y el mensaje cristiano. La educación en la fe en ellos ha de partir de su vida, de modo que puedan participar plenamente en la comunidad eclesial y sepan asumir consciente y cristianamente su compromiso temporal. Los jóvenes, como todos nosotros, necesitan una visión de la vida llena de significado, en la que la fe, el amor y la entrega tengan sentido. No tenemos, por tanto, que tener miedo en ser exigentes con ellos en lo que atañe a su crecimiento espiritual, estimulándoles a tomar decisiones comprometidas en el seguimiento de Jesús, e impulsándoles a seguir el camino de la santidad fortalecidos con una vida sacramental intensa. El proyecto de vida cristiana es fundamentalmente un vivir en Cristo: se basa en la esperanza y se realiza en la respuesta diaria al Evangelio. Mientras el egoísta no se abre y sigue en su inmadurez, el proyecto existencial cristiano supone ante todo el convencimiento de que lo que Dios quiere y pretende de nosotros es nuestra propia realización y perfección humana, que es además el paso necesario para iniciar una transformación positiva del mundo. En consecuencia, lo que Dios quiere es lo que nos conviene, siendo por tanto exigencia de la Moral Católica que realicemos los valores humanos. El Cristianismo, por tanto, asume los contenidos de la moral humana, por lo que podemos decir que los valores de la moral cristiana se basan en la razón y no son distintos de los que profesa cualquier persona honrada, aunque los integra en la fe y cuenta con la ayuda inestimable de la gracia y de lo que suponen en nuestra vida las virtudes teologales. Supone, por tanto, la apertura a la generosidad y a la transcendencia y por ello los jóvenes cristianos están más abiertos a la esperanza y a la alegría de vivir, como hemos visto en la JMJ, pues creen que la vida tiene sentido y son por ello menos propicios a la violencia, a la depresión, al suicidio, a la droga y al sexo ocasional y en cambio más respetuosos, tolerantes o preocupados por los necesitados. Como la gracia edifica sobre la naturaleza, el adolescente que se sabe querido por Dios, que es quien inicia el diálogo de salvación y nos ayuda a que le demos una respuesta libre y responsable, se acepta a sí mismo pese a sus limitaciones, fallos e incluso pecados, y llega así a la autoestima, confianza y seguridad personal. Hay que tener, sin embargo, cuidado con las formas seudorreligiosas, como las sectas o el fundamentalismo, auténticas enfermedades del alma, que aparentemente dan respuesta a sus necesidades, ofreciéndole seguridad y estabilidad, cuando lo que en realidad hacen es impedirles su realización personal.
Por Pedro Trevijano
religionenlibertad.com

Santa Claus y la virginidad: la verdadera historia

Aunque se suele relacionar el 25 de diciembre con la figura de «santa» (día, de hecho, en que recordamos el nacimiento del hombre que partió la historia en dos: Jesucristo), es el 6 de diciembre el día en que la Iglesia católica celebra a «papá Noel», «santa Claus (o Klaus)» o la abundante variedad de denominaciones ya muchas desfiguradas de la identidad del santo obispo católico.

Este video nos recuerda, de hecho, cuál es la esencia de la Navidad
¿Desfigurada? Sí. Muchos no saben que «santa» es en realidad san Nicolás de Mira, un obispo de esa zona de Asia cuyos restos mortales se encuentran actualmente en la ciudad italiana de Bari (de ahí que otros le llamen San Nicolás de Bari). Originario de Turquía, vivió en las primeras décadas del siglo IV, donde, entre otras cosas, se distinguió por defender la fe católica de la herejía arriana (para saber más acerca de la herejía arriana haga clic aquí).
¿Y qué tiene que ver «santa» con la virginidad? Mucho. San Nicolás es símbolo de caridad cristiana y generosidad y, de hecho, los milagros que hizo en vida tiene que ver con actos de caridad (así se entiende que haya pasado a la historia como el que da regalos a los niños). Pues una de las obras de caridad que hizo en vida fue la de dejar caer por la chimenea de una casa una copiosa suma de dinero pues un padre de familia, sumido en la pobreza, quería vender la virginidad de sus tres hijas y luego seguirlas ofreciendo a otros a cambio de dinero.

Y aquí un video con la verdadera historia de "santa":
Tal vez esta Navidad, en que celebramos a Jesucristo, dos tareas que nos pueden quedar es precisamente ayudar a valorar el don precioso de la pureza del cuerpo y a explicar a los niños quién es el verdadero «santa».
Puede ayudar para eso el especial de Catholic.net sobre Navidad. Lo pueden ver en este enlace.
religionenlibertad.com

La Historia de Santa Claus: ¿San Nicolás vs. Santa Claus?

NADA ES IMPOSIBLE CON DIOS
En nuestros tiempos modernos la celebración de Navidad es una mezcla de elementos tantos cristianos como seglares. Más y más hay presión de la sociedad a enfatizar la Navidad como una fiesta seglar sin Cristo. ¿Qué sería nuestra celebración de Navidad sin Santa Claus? No obstante los orígenes de Santa Claus, una figura no religiosa, están arraigados en la vida de un mártir cristiano. Lo siguiente es una parte de un artículo sobre la vida de San Nicolás, obispo de Myra, quien es el Santa Claus original.
La historia verdadera de Santa Claus empieza con Nicolás, quien nació en el tercer siglo en el pueblo de Patara. Cuando nació el área era Griego pero ahora está ubicada en el sur de Turquía. Sus padres eran ricos y lo criaron como un cristiano devoto. Ellos se murieron de una epidemia cuando Nicolás era muy joven. Obedeciendo las palabras de Jesús, “vender todo lo que tienes y dalo a los pobres,” Nicolás usó toda su herencia para ayudar a los necesitados, los enfermos y los que sufrían. Dedicó su vida al servicio de Dios y llegó a ser obispo de Myra, mientras todavía era un hombre joven. El Obispo Nicolás fue conocido por todo el pueblo por su generosidad a los pobres, su amor por los niños, y su preocupación por los marineros y sus barcos.
Bajo el Emperador Diocleciano, quien cruelmente perseguía a los cristianos, el Obispo Nicolás sufrió por su fe, fue exiliado y encadenado. Cuando lo libraron de la cárcel, Obispo Nicolás asistió al Concilio de Nicea en el año 325. Se murió el 6 de diciembre, 343 en Myra y fue enterrado en su Iglesia Catedral, donde una reliquia única, maná, formó sobre su tumba. Esta líquida, que según la creencia popular tenía poderes curativos, fomentó un culto popular del santo. El aniversario de su muerte llegó a conocerse como, El Día de San Nicolás.
A través de los siglos se han contado muchas historias y leyendas de la vida de San Nicolás. Estas historias nos ayudan a entender el carácter extraordinario de este santo y porque él es tan querido y respetado como el protector de los necesitados.
Una historia habla de un pobre que tenía tres hijas. En esos tiempos el padre de una mujer joven tenía que ofrecerle a su novio algo de valor – una dote. La más grande la dote, mejor la posibilidad de encontrar un buen esposo para sus hijas. Sin una dote fue improbable que una mujer se casara. Estos hijas del hombre pobre, sin dotes, fueron destinadas a vivir una vida de servidumbre sin casarse. Misteriosamente, en tres diferentes ocasiones, una bolsa de oro apareció en su casa proviendo las dotes necesarias. Se dice que las bolas de oro, tirades por una ventana, cayeron en unos calcetines o unos zapatos dejados cerca del fuego para secar. Esto dio principio a la costumbre de colgar sus calcetines o dejar sus zapatos para recibir regalos de San Nicolás. Y por eso uno de los símbolos de San Nicolás es tres bolas color de oro, a veces representadas con naranjas. Por eso San Nicolás era uno que daba regalos.
Una de las historias más antiguas de San Nicolás como un protector de niños toma lugar muchos años después de su muerte. La gente de Myra estaban celebrando el santo del Santo cuando una banda de piratas árabes de Grecia llegaron en su distrito. Robaron unos tesoros de la Iglesia de San Nicolás. Al dejar el pueblo, raptaron a un muchacho llamado, Basilios, para hacerlo esclavo. Su jefe escogió a Basilios como su sirviente. Por un año Basilios servía al rey árabe, pero no entendía lo que el rey decía porque Basilios no entendía la lengua árabe. Los padres de Basilios sufrían mucho por la falta de su hijo, y cuando llegó el próximo Día de San Nicolás su madre no asistía a las festividades. En vez de festejar ella tenía oraciones por Basilios en su casa. Mientras Basilios cumplía sus quehaceres del rey, de repente fue llevada al aire y se le apareció San Nicolás. El santo lo bendijo y los regresó a sus casa en Myra. Imagínense la alegría cuando Basilios apareció ante sus papas con la copa del rey todavía en su mano. Esta es la primera historia que habla de San Nicolás como un protector de niños.
A través de los siglos San Nicolás se ha venerado por los Católicos y los Ortodoxos, y honrado por Protestantes. Por su ejemplo de generosidad a los con necesidad, especialmente a los niños, San Nicolás continua ser una figura de compasión.
El Día de San Nicolás, 6 de diciembre, se celebra por todo Europa. En Alemania y Polonia, muchachos se visten de obispos y piden limosna por los pobres – ¡y a veces por ellos mismos! En Holanda y en Bélgica, San Nicolás llega en un barco de España y monta un caballo blanco para entregar sus regalos. El 6 de diciembre todavía es el día cuando se dan regalos en Europa. Por ejemplo, en Holanda el Día de San Nicolás se celebra por compartir dulces (tirados por la puerta), chocolate, regalitos y juegos. Los niños holandeses dejan zanahorias y pasto en sus zapatos para el caballo, esperando que San Nicolás los cambiarán pos regalos. Dando regalos en el principio de Adviento (Dic. 6) preserva el Día de Navidad como un día para enfocarnos en el Niño Jesús.
Padre Tomás Lamping 
http://parish.queenofangelschicago.org