Salmo 54,2-15.17-24
Dios mío, escucha mi oración,
no seas insensible a mi súplica;
atiéndeme y respóndeme.
La congoja me llena de inquietud;
estoy turbado por los gritos del enemigo,
por la opresión de los malvados:
porque acumulan infamias contra mí
y me hostigan con furor.
Mi corazón se estremece dentro de mi pecho,
me asaltan los horrores de la muerte,
me invaden el temor y el temblor,
y el pánico se apodera de mí.
¡Quién me diera alas de paloma
para volar y descansar!
Entonces huiría muy lejos,
habitaría en el desierto.
Me apuraría a encontrar un refugio
contra el viento arrasador y la borrasca.
Confunde sus lenguas, Señor, divídelas,
porque no veo más que violencia
y discordia en la ciudad,
rondando día y noche por sus muros.
Dentro de ella hay maldad y opresión,
en su interior hay ruindad;
la crueldad y el engaño
no se apartan de sus plazas.
Si fuera mi enemigo el que me agravia,
podría soportarlo;
si mi adversario se alzara contra mí,
me ocultaría de él.
¡Pero eres tú, un hombre de mi condición,
mi amigo y confidente,
con quien vivía en dulce intimidad:
juntos íbamos entre la multitud
a la Casa del Señor!
Yo, en cambio, invocaré al Señor,
y él me salvará.
De tarde, de mañana, al mediodía,
gimo y me lamento,
pero él escuchará mi clamor.
Él puso a salvo mi vida;
se acercó cuando eran muy numerosos
los que estaban contra mí.
Dios, que reina desde siempre,
los oyó y los humilló.
Porque ellos no se corrigen
ni temen a Dios;
alzan las manos contra sus aliados
y violan los pactos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
Por los siglos de los siglos. Amén.
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