Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, míranos humildemente postrados delante de tu altar: tuyos somos y tuyos queremos ser; y a fin de poder vivir más estrechamente unidos contigo, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a tu Sacratísimo Corazón.
Muchos, por desgracia, jamás te han conocido; muchos, despreciando tus mandamientos, te han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo!, compadécete de los unos y de los otros y atráyelos a todos a tu Corazón Santísimo.
Oh Señor, seas Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de ti, sino también de los pródigos que te han abandonado: haz que vuelvan pronto a la casa paterna, para que no perezcan de hambre y de miseria. Seas Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Ti: llévalos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor. Seas Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría o del aislamiento; dígnate atraerlos a todos a la luz de tu reino.
Mira finalmente con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue tu predilecto; descienda también sobre ellos, bautismo de redención y de vida, la Sangre que un día contra sí reclamaron.
Concede, oh Señor, incolumidad y libertad segura a tu Iglesia; otorga a todos los pueblos la tranquilidad en el orden; haz que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz:
Dulce Corazón de Jesús, haz que cada día te ame más. Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud; a El se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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