La adolescencia es una época difícil, también en lo religioso.  Proliferan las dudas de fe, que pueden ser por la no comprensión de  ciertas verdades religiosas; o como resultado de la decepción que  experimentan cuando piensan que la religión o sus instituciones no  satisfacen sus exigencias; o por su vacío afectivo y el no encontrar  sentido a la vida. También la falta de personalidad, dado el clima poco  favorable a la práctica religiosa, que les impide luchar contra  corriente y mantener una fe que sí existe, pero que no tienen valor para  defender; o puede ser cuestión de pereza, porque salen el sábado por la  noche y luego no tienen fuerzas para levantarse e ir a Misa el domingo.  Todo esto les lleva a alejarse de Dios, de quien temen su desaprobación,  aunque a menudo lo que más estiman de Él es su capacidad de perdonar.  Mientras algunos logran interiorizar su fe, percibiendo a Dios en sus  vidas y respondiendo con una conducta en la que la oración está  presente, en otros muchos más que una pérdida total de fe, simplemente  dejan de practicar.  Además debido al despertar de la pubertad, se le hace difícil mantenerse  fieles a ciertas normas morales. Por ello no aceptan a la Iglesia y sus  leyes, que con frecuencia les llegan totalmente deformadas,  especialmente en lo referente a la vida sexual, pues ignoran los  aspectos positivos de la Moral Cristiana y la ven tan solo como una  moral de prohibiciones, por lo que consideran Moral y Religión como  obstáculos para su desarrollo. Si añadimos que sus lecturas o estudios,  sus contactos con determinados compañeros o profesores, el ambiente  general de nuestra sociedad y el mismo proceso general de maduración,  les plantean serios problemas cuando tratan de armonizar sus  concepciones religiosas, no siempre actualizadas, con sus conocimientos y  experiencias de joven, comprenderemos por qué son muchos los que  “pierden la fe”.  Por ello ante las dudas de fe, pueden adoptar dos posturas: o  rechazarlas como tentaciones del demonio, pero con el resultado de que  la duda va a seguir corroyéndoles por dentro, o considerarlas como el  medio providencial que Dios pone a su disposición para que, al  resolverlas, su formación religiosa siga de acuerdo con su formación  humana y no se produzca esa peligrosísima divergencia que se da cuando  continúa la formación cultural y humana, pero la formación religiosa  termina con la Confirmación, creando así un peligroso desnivel entre sus  conocimientos y su formación religiosa.Y es que la fe que no se hace  cultura no es plenamente vivida. De esta problemática se deduce la importancia de la tarea de los  educadores y transmisores de la fe, que deben intentar no sólo darles a  conocer a Cristo y su Palabra, para que el mensaje evangélico con su  carácter divino y salvífico les llegue tal cual es, sino también  hacerles caer en la cuenta de la necesidad en sus vidas de la síntesis  entre fe, cultura y ciencia.  Los jóvenes tienen que llegar a descubrir por sí mismos, aunque con  nuestra colaboración, ayuda y ejemplo, quién es Jesucristo, el amor que  Dios les tiene y que la fe es un gran auxilio en la tarea de la propia  conquista y realización personal. Los estudios les introducen en las  grandes corrientes del pensamiento contemporáneo y les hacen reflexionar  sobre los más importantes problemas humanos, como la vida, el amor, el  mal, la muerte, por lo que necesitan integrar en ellos lo cultural y  científico poniéndolo al servicio de lo bueno y verdadero, descubriendo  también la profunda relación existente entre estas realidades y el  mensaje cristiano.  La educación en la fe en ellos ha de partir de su vida, de modo que  puedan participar plenamente en la comunidad eclesial y sepan asumir  consciente y cristianamente su compromiso temporal. Los jóvenes, como  todos nosotros, necesitan una visión de la vida llena de significado, en  la que la fe, el amor y la entrega tengan sentido. No tenemos, por  tanto, que tener miedo en ser exigentes con ellos en lo que atañe a su  crecimiento espiritual, estimulándoles a tomar decisiones comprometidas  en el seguimiento de Jesús, e impulsándoles a seguir el camino de la  santidad fortalecidos con una vida sacramental intensa. El proyecto de  vida cristiana es fundamentalmente un vivir en Cristo: se basa en la  esperanza y se realiza en la respuesta diaria al Evangelio.  Mientras el egoísta no se abre y sigue en su inmadurez, el proyecto  existencial cristiano supone ante todo el convencimiento de que lo que  Dios quiere y pretende de nosotros es nuestra propia realización y  perfección humana, que es además el paso necesario para iniciar una  transformación positiva del mundo. En consecuencia, lo que Dios quiere  es lo que nos conviene, siendo por tanto exigencia de la Moral Católica  que realicemos los valores humanos. El Cristianismo, por tanto, asume  los contenidos de la moral humana, por lo que podemos decir que los  valores de la moral cristiana se basan en la razón y no son distintos de  los que profesa cualquier persona honrada, aunque los integra en la fe y  cuenta con la ayuda inestimable de la gracia y de lo que suponen en  nuestra vida las virtudes teologales. Supone, por tanto, la apertura a  la generosidad y a la transcendencia y por ello los jóvenes cristianos  están más abiertos a la esperanza y a la alegría de vivir, como hemos  visto en la JMJ, pues creen que la vida tiene sentido y son por ello  menos propicios a la violencia, a la depresión, al suicidio, a la droga y  al sexo ocasional y en cambio más respetuosos, tolerantes o preocupados  por los necesitados. Como la gracia edifica sobre la naturaleza, el  adolescente que se sabe querido por Dios, que es quien inicia el diálogo  de salvación y nos ayuda a que le demos una respuesta libre y  responsable, se acepta a sí mismo pese a sus limitaciones, fallos e  incluso pecados, y llega así a la autoestima, confianza y seguridad  personal.  Hay que tener, sin embargo, cuidado con las formas seudorreligiosas,  como las sectas o el fundamentalismo, auténticas enfermedades del alma,  que aparentemente dan respuesta a sus necesidades, ofreciéndole  seguridad y estabilidad, cuando lo que en realidad hacen es impedirles  su realización personal.
 Por Pedro Trevijano 
 religionenlibertad.com 
 
 
 
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