Oración de san Bernardo
Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benigna mente. Amén.
Oración a María, Madre de la Eucaristía
Ave María, dulce Madre de la Eucaristía.
Con dolor y mucho amor, nos has dado
a tu Hijo Jesús mientras pendía de la Cruz.
Nosotros, débiles criaturas, nos aferramos a Ti
para ser hijos dignos de este gran amor y dolor.
Ayúdanos a ser humildes y sencillos,
ayúdanos a amar a todos los hombres,
ayúdanos a vivir en la gracia
estando siempre listos para recibir
a Jesús en nuestro corazón.
Oh María, Madre de la Eucaristía,
nosotros, por cuenta propia, no podremos comprender
este gran misterio de amor.
Que obtengamos la luz del Espíritu Santo,
para que así podamos comprender
aunque sea por un solo instante,
todo el infinito amor de tu Jesús
que se entrega a Sí mismo por nosotros. Amén.
Consagración a María Madre de la Eucaristía
Dios mío.
Yo creo que eres Uno en naturaleza, Igual en divinidad.
Tres Personas, presentes en la Eucaristía.
Ante Tí, Dios Uno y Trino, me postro en adoración
y Te reconozco como mi Creador, Redentor, Santificador.
Yo, pequeña y débil criatura,
elevada por Tu Gracia a la dignidad de ser hijo(a) Tuyo(a),
deseo vivir las enseñanzas del Evangelio,
ser un miembro dócil de la Iglesia,
aceptar los mensajes
que nos has enviado a través de la Madre de la Eucaristía.
Padre mío, necesito Tu amor
para dar significado, dirección y propósito a mi vida,
nada puedo hacer sin Tí.
Al volverme hijo(a) Tuyo(a).
Jesús, dulce Maestro,
deseo conocerte y amarte más y más,
alimenta, sostiene y fortalece mi vida con la Eucaristía,
Pan de Dios, el Pan de vida, Pan vivo bajado del Cielo.
Espíritu Santo, dame Tu luz para que pueda comprender,
aunque sea por un instante,
todo el infinito amor de la Santísima Trinidad
que se me da en la Eucaristía.
Oh Dios, Uno y Trino,
me consagro a Tí por medio de María,
Madre de la Eucaristía.
Me comprometo, tanto como sea posible,
a asistir diariamente a la Santa Misa
y a recibirte en mi corazón.
Creo que estás en verdad presente
en los Sagrarios de las iglesias,
donde deseo ir para alabarte, adorarte
y hacerte compañía.
Madre de la Eucaristía,
Tú, quien nos has dado a tu hijo Jesús,
con dolor y tanto amor,
mientras estaba colgado en la Cruz,
ayúdame a vivir en la gracia para siempre estar listo
para recibir a Jesús en mi corazón.
Amén.
Consagración del mundo a la Virgen María (PP. Juan Pablo II)
"¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!" (Jn 19, 26).
Mientras vamos por este valle de lágrimas,
en el que tú, Madre, nos ha ofrecido de nuevo a Jesús,
el fruto bendito de tu purísimo vientre,
el Verbo hecho carne, el Redentor del mundo,
resuena con especial dulzura para nosotros esta palabra suya
que nos conduce hacia ti, al hacerte Madre nuestra:
"¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!".
Al encomendarte al Apóstol Juan,
y con él a los hijos de la Iglesia,
más aún a todos los hombres,
Cristo no disminuía, sino que confirmaba,
su papel exclusivo como Salvador del mundo.
Tú eres esplendor que no ensombrece la luz de Cristo,
porque vives en Él y para Él.
Todo en ti es "hágase": Tú eres la Inmaculada,
eres transparencia y plenitud de gracia.
Aquí estamos, pues, tus hijos, reunidos en torno a ti
en estos momentos especiales de nuestros pueblos.
Hoy la Iglesia, con la voz del Sucesor de Pedro,
a la que se unen tantos Pastores
provenientes de todas las partes del mundo,
busca amparo bajo tu materna protección
e implora confiada tu intercesión
ante los desafíos ocultos del futuro.
Son muchos los que, en este año de gracia,
han vivido y están viviendo
la alegría desbordante de la misericordia
que el Padre nos ha dado en Cristo.
En las Iglesias particulares esparcidas por el mundo
y, aún más, en este centro del cristianismo,
muchas clases de personas
han acogido este don.
Aquí ha vibrado el entusiasmo de los jóvenes,
aquí se ha elevado la súplica de los enfermos.
Por aquí han pasado sacerdotes y religiosos,
artistas y periodistas,
hombres del trabajo y de la ciencia,
niños y adultos,
y todos ellos han reconocido en tu amado Hijo
al Verbo de Dios, encarnado en tu seno.
Haz, Madre, con tu intercesión,
que los frutos de este Año no se pierdan,
y que las semillas de gracia se desarrollen
hasta alcanzar plenamente la santidad,
a la que todos estamos llamados.
Hoy queremos confiarte el futuro que nos espera,
rogándote que nos acompañes en nuestro camino.
Somos hombres y mujeres de una época extraordinaria,
tan apasionante como rica de contradicciones.
La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita.
Puede hacer de este mundo un jardín
o reducirlo a un cúmulo de escombros.
Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir
en las fuentes mismas de la vida:
Puede usarlas para el bien,
dentro del marco de la ley moral,
o ceder al orgullo miope
de una ciencia que no acepta límites,
llegando incluso a pisotear
el respeto debido a cada ser humano.
Hoy, como nunca en el pasado,
la humanidad está en una encrucijada.
Y, una vez más, la salvación está sólo y enteramente,
oh Virgen Santa, en tu hijo Jesús.
Por esto, Madre, como el Apóstol Juan,
nosotros queremos acogerte en nuestra casa (cf. Jn 19, 27),
para aprender de ti a ser como tu Hijo.
"¡Mujer, aquí tienes a tus hijos!"
Estamos aquí, ante ti,
para confiar a tus cuidados maternos
a nosotros mismos, a la Iglesia y al mundo entero.
Ruega por nosotros a tu querido Hijo,
para que nos dé con abundancia el Espíritu Santo,
el Espíritu de verdad que es fuente de vida.
Acógelo por nosotros y con nosotros,
como en la primera comunidad de Jerusalén,
reunida en torno a ti el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).
Que el Espíritu abra los corazones a la justicia y al amor,
guíe a las personas y las naciones
hacia una comprensión recíproca
y hacia un firme deseo de paz.
Te encomendamos a todos los hombres,
comenzando por los más débiles:
a los niños que aún no han visto la luz
y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento;
a los jóvenes en busca de sentido,
a las personas que no tienen trabajo
y a las que padecen hambre o enfermedad.
Te encomendamos a las familias rotas,
a los ancianos que carecen de asistencia
y a cuantos están solos y sin esperanza.
Oh Madre, que conoces los sufrimientos
y las esperanzas de la Iglesia y del mundo,
ayuda a tus hijos en las pruebas cotidianas
que la vida reserva a cada uno
y haz que, por el esfuerzo de todos,
las tinieblas no prevalezcan sobre la luz.
A ti, aurora de la salvación, confiamos
nuestro camino en este Milenio,
para que bajo tu guía
todos los hombres descubran a Cristo,
luz del mundo y único Salvador,
que reina con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.
Consagración al Inmaculado Corazón de María (Papa Pío XII)
¡Oh Reina del Santísimo Rosario, auxilio de los cristianos, refugio del género humano, vencedora de todas las batallas de Dios! Ante tu Trono nos postramos suplicantes, seguros de conseguir misericordia y de alcanzar gracia y oportuno auxilio y defensa en las presentes calamidades, no por nuestros méritos, de los que no presumimos, sino únicamente por la inmensa bondad de tu maternal Corazón.
En esta hora trágica de la historia humana, a Ti, a tu Inmaculado Corazón, nos entregamos y nos consagramos, no sólo en unión con la Santa Iglesia, cuerpo místico de tu Hijo Jesús, que sufre y sangra en tantas partes y de tantos modos atribulada, sino también con todo el Mundo lacerado por atroces discordias, abrasado en un incendio de odio, víctima de sus propias iniquidades.
Que te conmuevan tantas ruinas materiales y morales, tantos dolores, tantas angustias de padres y madres, de esposos, de hermanos, de niños inocentes; tantas vidas cortadas en flor, tantos cuerpos despedazados en la horrenda carnicería, tantas almas torturadas y agonizantes, tantas en peligro de perderse eternamente.
Tú, oh Madre de misericordia, consíguenos de Dios la paz; y, ante todo, las gracias que pueden convertir en un momento los humanos corazones, las gracias que preparan, concilian y aseguran la paz. Reina de la paz, ruega por nosotros y concede al mundo en guerra la paz por que suspiran los pueblos, la paz en la verdad, en la justicia, en la caridad de Cristo. Dale la paz de las armas y la paz de las almas, para que en la tranquilidad del orden se dilate el reino de Dios.
Concede tu protección a los infieles y a cuantos están aún en las sombras de la muerte; concédeles la paz y haz que brille para ellos el sol de la verdad y puedan repetir con nosotros ante el único Salvador del mundo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
Da la paz a los pueblos separados por el error o la discordia, especialmente a aquéllos que te profesan singular devoción y en los cuales no había casa donde no se hallase honrada tu venerada imagen (hoy quizá oculta y retirada para mejores tiempos), y haz que retornen al único redil de Cristo bajo el único verdadero Pastor.
Obtén paz y libertad completa para la Iglesia Santa de Dios; detén el diluvio inundante del neopaganismo, fomenta en los fieles el amor a la pureza, la práctica de la vida cristiana y del celo apostólico, a fin de que aumente en méritos y en número el pueblo de los que sirven a Dios.
Finalmente, así como fueron consagrados al Corazón de tu Hijo Jesús la Iglesia y todo el género humano, para que, puestas en Él todas las esperanzas, fuese para ellos señal y prenda de victoria y de salvación; de igual manera, oh Madre nuestra y Reina del Mundo, también nos consagramos para siempre a Ti, a tu Inmaculado Corazón, para que tu amor y protección aceleren el triunfo del Reino de Dios, y todas las gentes, pacificadas entre sí y con Dios, te proclamen bienaventurada y entonen contigo, de un extremo a otro de la tierra, el eterno Magníficat de gloria, de amor, de reconocimiento al Corazón de Jesús, en sólo el cual pueden hallar la Verdad, la Vida y la Paz.
Acto de reparación al Inmaculado Corazón de María
¡Oh Inmaculado Corazón de María, traspasado de dolor por las injurias con que los pecadores ultrajan tu Santísimo nombre y tus excelsas prerrogativas! Aquí tienes, postrado a tus pies, un indigno hijo tuyo que, agobiado por el peso de sus propias culpas, viene arrepentido y lloroso, y con ánimo de reparar las injurias que, a modo de penetrantes flechas, dirigen contra Ti, hombres insolentes y malvados.
Deseo reparar, con este acto de amor y rendimiento que hago delante de tu amantísimo Corazón, todas las blasfemias que se lanzan contra tu sagrado nombre, todos los agravios que se infieren a tus excelsas prerrogativas y todas las ingratitudes con que los hombres corresponden a tu maternal amor e inagotable misericordia.
Acepta, ¡oh Corazón Inmaculado!, esta pequeña demostración de mi filial cariño y justo reconocimiento, junto con el firme propósito que hago de serte fiel en adelante, de salir por tu honra cuando la vea ultrajada y de propagar tu culto y tus glorias. Concédeme, ¡oh Corazón amabilísimo!, que viva y crezca incesantemente en tu santo amor, hasta verlo consumado en la gloria. Amén.
(Rezar tres Avemarías en honra del poder, sabiduría y misericordia del Inmaculado Corazón de María, menospreciado por los hombres).
Terminar con las siguientes jaculatorias u oraciones breves:
¡Oh Corazón Inmaculado de María, compadécete de nosotros!
Refugio de pecadores, ruega por nosotros.
¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!
(Padre Nuestro, Avemaría y gloria por las intenciones del Papa).
Visita al Inmaculado Corazón de María
¡Oh Corazón de María, Madre de Dios y Madre nuestra; Corazón amabilísimo, objeto de las complacencias de la adorable Trinidad y digno de toda la veneración y ternura de los Ángeles y de los hombres; Corazón el más semejante al de Jesús, del cual eres la más perfecta imagen; Corazón lleno de bondad y que tanto te compadeces de nuestras miserias, dígnate derretir el hielo de nuestros corazones, y haz que vuelvan a conformarse con el Corazón del Divino Salvador. Infunde en ellas el amor de tus virtudes; inflámalos con aquel dichoso fuego en que Tú estás ardiendo sin cesar.
Encierra en tu pecho la Santa Iglesia; custódiala, que seas siempre su dulce refugio y su invencible torre contra toda incursión de sus enemigos. Que seas nuestro camino para dirigirnos a Jesús, y el canal por el cual recibamos todas las gracias necesarias para nuestra salvación. Sea nuestro socorro en las necesidades, nuestra fortaleza en las tentaciones, nuestro refugio en las persecuciones, nuestra ayuda en todos los peligros; pero especialmente en los últimos combates de nuestra vida, a la hora de la muerte, cuando todo el infierno se desencadenará contra nosotros para arrebatar nuestras almas, en aquel formidable momento, en aquel punto terrible del cual depende nuestra eternidad.
¡Oh! Virgen piadosísima, haznos sentir entonces la dulzura de tu maternal Corazón, y la fuerza de tu poder para con el de Jesús, abriéndonos en la misma fuente de la misericordia un refugio seguro, en donde podamos reunirnos para alabarlo contigo en el paraíso por todos los siglos. Amén.
(Jaculatoria final)
Sea por siempre y en todas partes conocido, alabado, bendecido, amado, servido y glorificado el divinísimo Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María. Así sea.
Al Inmaculado Corazón de María (Para pedir un favor)
¡Corazón inmaculado de María!, desbordante de amor a Dios y a la humanidad, y de compasión por los pecadores, me consagro enteramente a ti. Te confío la salvación de mi alma.
Que mi corazón esté siempre unido al tuyo, para que me separe del pecado, ame más a Dios, al prójimo y alcance la vida eterna juntamente con aquellos que amo.
Medianera de todas las gracias, y Madre de misericordia, recuerda el tesoro infinito que tu divino Hijo ha merecido con sus sufrimientos y que nos confió a nosotros sus hijos.
Llenos de confianza en tu maternal corazón, que venero y amo, acudo a ti en mis apremiantes necesidades. Por los méritos de tu amable e inmaculado Corazón y por amor al Sagrado Corazón de Jesús, concédeme la gracia que pido (mencionar aquí el favor que se desea)
Madre amadísima, si lo que pido no fuere conforme a la voluntad de Dios, intercede para que se conceda lo que sea para la mayor gloria de Dios y el bien de mi alma. Que yo experimente la bondad maternal de tu corazón y el poder su pureza intercediendo ante Jesús ahora en mi vida y en la hora de mi muerte. Amén.
Corazón de María, perfecta imagen del corazón de Jesús, haz que nuestros corazones sean semejantes al tuyo. Amén.
Oración de San Alfonso María de Ligorio
Virgen Santísima Inmaculada y Madre mía María, a ti, que eres la Madre de mi Señor, la Reina del mundo, la abogada, la esperanza, el refugio de los pecadores. Acudo en este día yo, que soy el más miserable de todos. Te venero, ¡oh gran Reina!, y te doy las gracias por todos los favores que hasta ahora me has hecho, especialmente por haberme librado del infierno, que tantas veces he merecido. Te amo, Señora amabilísima, y por el amor que te tengo prometo servirte siempre y hacer cuanto pueda para que también seas amada de los demás. Pongo en tus manos toda mi esperanza, toda mi salvación; admíteme por siervo tuyo, y acógeme bajo tu manto. Tú, ¡oh Madre de misericordia! Y ya que eres tan poderosa ante Dios, líbrame de todas las tentaciones o bien alcánzame fuerzas para vencerlas hasta la muerte. Te pido un verdadero amor a Jesucristo. Espero de ti, tener una buena muerte; Madre mía, por el amor que tienes a Dios, te ruego que siempre me ayudes, pero más en el último instante de mi vida. No me dejes hasta que me vea salvo en el cielo para bendecir y cantar tus misericordias por toda la eternidad. Así lo espero. Amén.
Felicitación Sabatina
Es una oración muy antigua que se reza todos los sábados, en honor a nuestra Madre Santísima:
Cantando: “Ave María Purísima, sin pecado concebida” (Se reza el Ave María)
Cantando: “Bendita sea la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María” (se dice tres veces con el Ave María)
Felicitación y súplica: “Oh Inmaculada María yo te doy mil parabienes uniendo mis alabanzas con las de todos los Ángeles y santos del cielo y justos de la tierra, por el gran privilegio de tu Concepción Purísima; y doy gracias a la Beatísima Trinidad, por el gozo que proporcionó a la Santa Iglesia en la declaración dogmática de este admirable misterio, y por la suma complacencia que diste en el primer instante al que tanto se dignó enaltecerte.
Te suplico aceptes estos pequeños obsequios en compensación de tantas ofensas que, tu divino Hijo y Tú, reciben cada día de los hombres.
Pongo confiadamente en tus manos las necesidades de la Iglesia y del Estado. Y te pido por el Santo Padre Papa Benedicto XVI; por la exaltación de la fe, destrucción de todos los errores, conversión de pecadores, reforma de costumbres, prosperidad de todas las misiones católicas, en especial por el bautismo de los niños; así de fieles como de infieles, expuestos a morir sin él, y por el aumento y propagación de esta devoción.
Suplico, también, que concedas a todos, y en particular a los que te ofrecen esta cordial felicitación, un grande amor a Jesús y un afecto filial hacia Ti, una perfecta pureza de alma y cuerpo y el don precioso de la perseverancia final. Todo lo dejo en tus manos y del todo me consagro a Ti; y te suplico, finalmente, que en retorno de esta visita nos visites en nuestra última agonía. Te lo pido en particular por los que durante esta semana se encuentren en tan críticos instantes y te ruego que visites y consueles igualmente a las benditas almas del Purgatorio; pero en especial a los de aquellos que durante su vida practicaron esta felicitación. Logremos todos los que aquí nos asociamos para felicitarte, la dicha de asociarnos también en el cielo para ensalzar eternamente el gran misterio de tu Inmaculada Concepción”.
Cantando: “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”.
Oración de San Bernardo: “Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María! que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio y reclamando vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos. Animado con esta confianza a Vos también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes; y, aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. No despreciéis, oh Madre de Dios, mis súplicas; antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente”. Amén.
“¡Recibe mil parabienes o Purísima María.
Muéstrate que eres nuestra Madre!”
Rezo del Ángelus.
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